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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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JUPJ<br />

Celos<br />

Narciso conocía perfectamente el idioma de <strong>la</strong> lisonja, lo hacía<br />

tanto en español, como en inglés o en francés. A Verónica le llovieron<br />

<strong>la</strong>s invitaciones a restaurantes de todo tipo, franceses, italianos, tai<strong>la</strong>ndeses,<br />

donde degustaban buenos caldos de cosecha. Cada vez que<br />

descorchaba una botel<strong>la</strong> era capaz de adivinar, después de apreciar <strong>la</strong>s<br />

virtudes organolépticas del vino, <strong>la</strong> casa que lo fabricó, el tipo de uvas<br />

utilizadas y el año de e<strong>la</strong>boración de tan delicada bebida. Todo esto<br />

dejaba impresionada a mi amiga Verónica.<br />

Invitaba a <strong>la</strong> recién embelesada al teatro y luego, de finalizada <strong>la</strong><br />

obra, se dirigían a un restorán italiano <strong>para</strong> comentar el espectáculo.<br />

Allí aprovechaba sus conocimientos de literatura y remontaba desde el<br />

teatro griego, el romano hasta llegar al teatro absurdo de Ionesco. Otro<br />

día <strong>la</strong> convidaba a una ópera en <strong>la</strong> Esca<strong>la</strong> de Milán <strong>para</strong> disfrutar de<br />

algunos de sus autores preferidos; podía ser Verdi, Rossini, Bizet, entre<br />

otros. Una vez finalizado el espectáculo <strong>la</strong> llevaba a un buen restorán<br />

francés <strong>para</strong> comentar <strong>la</strong> ópera y <strong>la</strong> paseaba por toda <strong>la</strong> historia del bel<br />

canto; le refería <strong>la</strong>s características de los mejores tenores, <strong>la</strong>s sopranos o<br />

los barítonos que en el momento estaban de moda.<br />

Cuando Narciso se proponía a <strong>la</strong> conquista de un imperio no escatimaba<br />

los gastos, en ningún momento pensaba en <strong>la</strong> economía del<br />

dinero. Si en un museo de Europa se mostraba alguna exhibición de<br />

algún pintor famoso, invitaba a Verónica <strong>para</strong> disfrutar del arte como<br />

una forma de alimentar el espíritu. Recuerdo una vez que me comunicó<br />

dirigirse a Alemania <strong>para</strong> apreciar, en <strong>la</strong> pinacoteca de Munich, una<br />

exposición de los impresionistas de los siglos XIX y XX, previa invitación<br />

que le había hecho Narciso. Me contó, que había visto los mejores<br />

cuadros de Van Gogh, Monet, Manet, Degas, entre otros y el<strong>la</strong>, al<br />

igual que su galán, lo había disfrutado mucho. Luego de Alemania se<br />

dirigieron a Salzburgo <strong>para</strong> deleitarse de un festival de Mozart ¿qué<br />

mujer podía resistirse ante tal arremetida? Evidentemente, <strong>la</strong> reina<br />

sucumbió ante el conquistador y puso su corona a los pies de Narciso.<br />

Verónica Franco se había enamorado perdidamente y <strong>la</strong> pasión se convirtió<br />

en una cruel tirana.<br />

Pero no todo marchaba bien en <strong>la</strong> vida de Narciso, en <strong>la</strong>s investigaciones<br />

que realicé descubrí que a Narciso no se le conocía profesión<br />

alguna, tampoco disponía de bienes de fortuna, pero siempre se le veía<br />

acompañado de lindas damas pertenecientes a <strong>la</strong>s más conspicuas sociedades.<br />

No sólo <strong>la</strong>s de mi país, sino de <strong>la</strong>s influyentes casas europeas,

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