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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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al amigo lo que en alguna parte había leído: “los elegidos por Dios<br />

tienen el signo de <strong>la</strong> infelicidad y del sufrimiento”, pero él siguió en <strong>la</strong><br />

búsqueda de <strong>la</strong> santidad. Yo entré a <strong>la</strong> facultad de Medicina; desde<br />

pequeño quise graduarme de médico y una vez armado con mi título,<br />

realizaría una <strong>la</strong>bor social.<br />

Al ingresar a <strong>la</strong> “casa que vence <strong>la</strong>s sombras” me inscribí en “La<br />

Asociación de Estudiantes Librepensadores”. El fundamento de esta<br />

agrupación era limpiar de nuestras mentes de cualquiera influencia<br />

doctrinaria. Desde luego, debíamos aprendernos <strong>la</strong> teoría del libre pensamiento<br />

y como consecuencia, cumplir con los estatutos de <strong>la</strong> comunidad.<br />

Para dar cumplimiento a esto nos reuníamos en <strong>la</strong> casa de un<br />

joven profesor de Filosofía que nos empapaba de los fundamentos del<br />

libre pensar, que según mi padre, contradecía mi formación política.<br />

Muchas veces afirmaba: “Creo que dentro de poco tendremos un anarquista<br />

en mi familia”. Cuando invité a Empédocles a militar en <strong>la</strong> asociación,<br />

señaló que pertenecía a <strong>la</strong> “Juventud universitaria por el rescate<br />

de los valores del cristianismo moderno”. Le increpé y le dije que <strong>la</strong>s<br />

religiones lo único que habían hecho era castrar a los individuos<br />

durante muchos siglos. Le reiteré que los dogmas, en los jóvenes, eran<br />

como una fiebre que les achicharraba sus cerebros. Pero no hubo<br />

manera de sacar a Empédocles de <strong>la</strong>s trincheras del oscurantismo.<br />

Obtuve el título de médico. De inmediato, me afilié al Colegio<br />

Médico <strong>para</strong> poder ejercer <strong>la</strong> profesión, después de hacer el juramento<br />

hipocrático en el <strong>para</strong>ninfo universitario. Todavía hoy retumban en mi<br />

cerebro <strong>la</strong>s últimas frases de dicho juramento: “que los hombres nos<br />

concedan su estima si nos mantenemos fieles a estas promesas, y nos<br />

cubra de oprobio y el desprecio si faltamos a el<strong>la</strong>s” (lindas pa<strong>la</strong>bras).<br />

Siempre estuve bajo <strong>la</strong> supervisión de <strong>la</strong> asociación que me acogió.<br />

Finalmente, consagré mi vida con fervor social al ejercicio de <strong>la</strong> profesión,<br />

hasta que me decidí por hacer un estudio de postgrado; opté por el<br />

de Cirugía Plástica. Con esto contribuiría al embellecimiento del<br />

ambiente. Es decir, mi nuevo título académico era de casi de carácter<br />

ecológico.<br />

Me gradué en dos años; de inmediato obtuve <strong>la</strong> membresía en <strong>la</strong><br />

“Sociedad Interamericana de Cirujanos Plásticos”. Desde <strong>la</strong> clínica, de<br />

<strong>la</strong> cual era socio, tenía que seguir los dictamines éticos que dicha sociedad<br />

establecía <strong>para</strong> <strong>la</strong> vigi<strong>la</strong>ncia del buen ejercicio profesional de sus<br />

JNRSJ<br />

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