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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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ocosas no sudan como antes, puesto que ya se les agotó el agua. Cuentan<br />

los viejos que durante mucho tiempo, de esas rocas siempre manaba<br />

un manantial cristalino. Da <strong>la</strong> impresión que ese hontanar permanece<br />

seco y de allí lo que reverbera es un calor imp<strong>la</strong>cable. La gente cree que<br />

son <strong>la</strong>s mismas piedras que Moisés tocó con su báculo prodigioso. El<br />

verdor del paisaje de estos <strong>para</strong>jes está retenido únicamente en <strong>la</strong> memoria<br />

de los pob<strong>la</strong>dores más viejos; sin embargo, todos los moradores<br />

se mantienen aferrados a este pueblo y se niegan abandonar el terruño<br />

legado por los antepasados.<br />

Pero no he respondido <strong>la</strong> pregunta. El francés llegó a El Yunque<br />

en una motocicleta destarta<strong>la</strong>da y le preguntó a un aborigen por un<br />

pueblo l<strong>la</strong>mado El Martillo, nuestro pueblo vecino con el cual teníamos<br />

ciertas desavenencias por cuestiones de territorialidad. Los martillences<br />

afirmaban que el Yunque les pertenecía por un edicto emitido<br />

desde <strong>la</strong> época colonial y por lo tanto, todos sus terrenos eran propiedad<br />

de los pob<strong>la</strong>dores de El Martillo. Los yuquenses, aseguran que todo eso<br />

era mentira, ya que a partir de <strong>la</strong> guerra libertadora todos los decretos<br />

reales y los de <strong>la</strong> capitanía general quedaron anu<strong>la</strong>dos automáticamente<br />

y como consecuencia, abolidos todos los derechos que de tales disposiciones<br />

se derivaran. Por lo tanto, se consideraban propietarios por ser<br />

pisatarios del lugar desde <strong>la</strong> época de <strong>la</strong> independencia. La guerra entre<br />

los habitantes de El Yunque y los de El Martillo era secu<strong>la</strong>r. Se quemaban<br />

<strong>la</strong>s pocas p<strong>la</strong>ntaciones, se robaban <strong>la</strong>s gallinas, los patos, además<br />

de otros desmanes.<br />

Trataban, en lo posible, de sabotear todos los juegos y todas <strong>la</strong>s<br />

fiestas patronales de ambos pueblos. En fin, creo que ni <strong>la</strong> ONU hubiese<br />

dirimido esta controversia. Tanto los unos como los otros estaban organizados<br />

en mesnadas bárbaras <strong>para</strong> penetrar, cada una, en el otro pueblo.<br />

Simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s guerras conquistadoras de los romanos, o de los otomanos o<br />

a <strong>la</strong>s Cruzadas. Ninguno de los habitantes de El Yunque y de El Martillo<br />

tenía el menor rescoldo <strong>para</strong> insultar a su vecino. Se <strong>la</strong> pasaban buscando<br />

en los diccionarios los epítetos más peregrinos <strong>para</strong> calificarlos: si alguno<br />

afirmaba que los yuquenses eran unos gaznápiros, los vecinos le respondían:<br />

“Los martillenses son unos pavisosos”. Que si los primeros eran<br />

unos fariseos, entonces los otros lo insultaban con el adjetivo de fámulos<br />

de <strong>la</strong> corona españo<strong>la</strong>. En fin, se podría escribir una antología de ludibrios,<br />

baldones e insultos como consecuencia de <strong>la</strong> guerra entre estos dos<br />

pueblos.<br />

JNPOJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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