Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JNRPJ<br />
Libertad<br />
ni por cien hombres que prometan un falso albedrío. Nuestra Iglesia<br />
sabrá conducirlos, de mano del sacerdote, <strong>para</strong> nunca se<strong>para</strong>rlos de <strong>la</strong>s<br />
cuatros puras luces que iluminarán su espíritu: <strong>la</strong> verdad, <strong>la</strong> justicia, <strong>la</strong><br />
caridad y <strong>la</strong> libertad.<br />
Yo le creí letra por letra <strong>la</strong> arenga del sacerdote, puesto que con<br />
éstas estaba protegido de los demonios. Nos retirábamos del templo<br />
mostrando en el rostro nuestra atrición por los pecados cometidos.<br />
Mi padre nunca dejó de beber alcohol, ni tampoco desistió de<br />
tener amantes, pero continuamente nos recalcaba el valor de una<br />
familia unida. Siempre que llegaba bebido de visitar a <strong>la</strong> barragana de<br />
turno, maltrataba a mi madre de hecho y de pa<strong>la</strong>bra. El<strong>la</strong>, como mujer<br />
piadosa y sumisa, consideraba que lo merecía por los pecados que había<br />
cometido en esta o en <strong>la</strong> vida anterior. Era <strong>la</strong> prueba a <strong>la</strong> que <strong>la</strong> sometía<br />
el Todopoderoso <strong>para</strong> alcanzar el reino de los cielos. Estaba convencida<br />
que <strong>la</strong> infamia estaba sedienta de circunspección. Creo que si me<br />
hubiesen preguntado hubiera escogido otra familia. Lamentablemente<br />
no tuve libertad <strong>para</strong> escoger<strong>la</strong>.<br />
Todavía siendo un bebé, como de dos o tres años, estuve resguardado<br />
en un depósito de niños, algo que l<strong>la</strong>man maternal. Mi padre,<br />
quería que desde muy pequeño nos sometiéramos a <strong>la</strong> disciplina de <strong>la</strong><br />
una institución educativa. Opinaba que desde el principio de <strong>la</strong> existencia<br />
debía moldearse el carácter rebelde de los niños. De esta forma,<br />
bajo el rigor, se inculcaba una férrea obediencia a los infantes rebeldes,<br />
tan necesaria en los regímenes democráticos. Había que formar demócratas<br />
<strong>para</strong> el ejercicio de <strong>la</strong> democracia.<br />
Después de <strong>la</strong> imposición del nombre, una familia, una religión, me<br />
sacaron del maternal, enviándome a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> primaria. Aquí comenzó<br />
a forjarse dentro de mí el sentimiento de <strong>la</strong> nacionalidad. Todos los días,<br />
antes de entrar al au<strong>la</strong> de c<strong>la</strong>se, como señal de respeto y sumisión, estaba<br />
obligado a cantar solemnemente el himno nacional junto a los compañeros<br />
de colegio, <strong>para</strong>dos frente a los nuevos íconos los cuales había que<br />
rendirle respeto. Estos eran el escudo y <strong>la</strong> bandera, además, de <strong>la</strong>s reverencias<br />
que debía ofrecerle a <strong>la</strong>s esculturas religiosas conocidas desde que<br />
frecuentaba <strong>la</strong> iglesia. Había que internalizar en el cerebro de cada uno<br />
de los niños el amor a <strong>la</strong> patria, <strong>para</strong> que en el futuro el país <strong>contar</strong>a con<br />
ciudadanos capaces de tomar un fusil y morir en su defensa. Recuerdo un<br />
vecino que comentaba: “La fecha de nacimiento y <strong>la</strong> nacionalidad de<br />
los hombres no pasan de ser un accidente histórico y geográfico. No