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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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tuya y <strong>la</strong> de tus cuatro hermanos —María del Valle, con sus manos<br />

dentro del de<strong>la</strong>ntal tocaba <strong>la</strong>s frías monedas de oro que sonaban como<br />

música celestial. Con <strong>la</strong> mirada dirigida hacia el cielo recordaba <strong>la</strong><br />

sesión espiritista a <strong>la</strong> que había asistido con su hijo en <strong>la</strong> casa de don<br />

Cristancho “el iluminado de San Sebastián”.<br />

—No seas pendeja, María del Valle, no tengas miedo, dame esa<br />

botel<strong>la</strong> de aguardiente e invoquemos a los espíritus. Hoy presiento que<br />

voy a posesionarme del alma de don Tomás —así le habló aquel<strong>la</strong> noche<br />

don Cristancho y en tres sorbos desapareció, en <strong>la</strong> prominente<br />

barriga del iluminado, el apetecido líquido contenido en <strong>la</strong> botel<strong>la</strong>.<br />

En <strong>la</strong> colina, María del Valle recordaba aquel<strong>la</strong> noche como si le<br />

mostraran una pelícu<strong>la</strong> de aquel momento inolvidable.<br />

Su hijo Juan, asustado, con los ojos totalmente abiertos, como si<br />

viese bajar al mismo diablo <strong>para</strong> llevárselo al infierno, permanecía estático<br />

de asombro. El muchacho, tembló al mirar a don Cristancho tomarse<br />

el aguardiente en tres sorbos. De inmediato, lo vio <strong>para</strong>lizarse<br />

como una estatua, como si el iluminado estuviese recibiendo órdenes<br />

provenientes del más allá, del otro <strong>la</strong>do del mundo, del lugar de donde<br />

nadie regresa. Madre e hijo se miraron, el<strong>la</strong>, así lo recordaba y con una<br />

mueca, mezc<strong>la</strong> de dolor y asombro, observaron cuando don Cristancho<br />

cayó al suelo poseso de un espíritu.<br />

—María del Valle —gritó don Cristancho, con voz de poseído,<br />

con una voz que no era <strong>la</strong> del iluminado, con un tono desgarrador que<br />

daba un vigor implorante a <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. La madre recordó <strong>la</strong> expresión de<br />

terror de Juan, en el mismo momento en que se le mojaron los pantalones,<br />

preso de miedo no pudo esconder su horror hacia lo desconocido.<br />

Lo único que se le ocurrió a <strong>la</strong> mujer fue quitarse un crucifijo que<br />

le colgaba de su cuello y se lo entregó a su hijo, pensaba que con esto le<br />

alejaba el miedo que le brotaba por los ojos.<br />

María del Valle, mujer curtida, no por sus treinta y cinco años, ya<br />

que su figura mostraba los vestigios de una mujer hermosa, sino por los<br />

duros trabajos que había realizado y además, por <strong>la</strong>s desagradables<br />

experiencias pasadas, se armó de gran valor. Le contestó al espíritu, que<br />

usaba el cuerpo del iluminado:<br />

—¿Quién eres tú? ¿Qué quieres de mí? ¿Para qué me buscas? —y<br />

de inmediato se acercó al hijo <strong>para</strong> abrazarlo, no como una muestra de<br />

amor maternal, sino que de esta manera trataba de evitar que su hijo<br />

siguiera temb<strong>la</strong>ndo de miedo.<br />

JOOMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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