Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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con el corcho deteriorado y dos papeles pegados con tachue<strong>la</strong>s donde se<br />
leía “Aniversario de <strong>la</strong> independencia. 5 de julio de 1963” y en el otro,<br />
“Moral y luces son nuestras primeras necesidades. Bolívar”. La joven<br />
directora no se animó a sacar <strong>la</strong> cuenta de los años transcurridos desde<br />
<strong>la</strong> última cartelera. Eran muchos.<br />
En su recorrido <strong>la</strong> maestra Zunilde espantó doce murcié<strong>la</strong>gos, mató<br />
diez cucarachas y pegó un grito cuando le pasaron dos inmensas ratas por<br />
encima de sus zapatos llenos de polvo del camino. Nadie acudió a socorrer<strong>la</strong>.<br />
A partir de ese momento se sintió muy so<strong>la</strong>, <strong>la</strong> soledad y el miedo<br />
comenzó a penetrar por cada uno de los resquicios de sus entrañas.<br />
Se fue a su cuarto, contempló el catre viejo que serviría de lugar de<br />
reposo, un esca<strong>para</strong>te con el espejo partido y un cajón que serviría de<br />
mesa de noche. La maestra encendió <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> que estaba sobre el cajón y<br />
notó que su mano estaba temblorosa. El movimiento de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ma de <strong>la</strong><br />
ve<strong>la</strong> producía un espectáculo fantasmagórico. Cada momento parecía<br />
que anunciaba <strong>la</strong> visita un murcié<strong>la</strong>go, una rata o una cucaracha. Estaba<br />
pre<strong>para</strong>da con el trapo rojo que le había dejado Julián y en <strong>la</strong> otra mano,<br />
sostenía el rosario que había traído de <strong>la</strong> capital, un regalo de su abue<strong>la</strong><br />
el día de su primera comunión.<br />
Una vez que sacó de su maleta <strong>la</strong> dormilona b<strong>la</strong>nca que se iba poner<br />
<strong>para</strong> dormir, después de algunos rezos y aspirando que <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> le durara<br />
hasta el amanecer, se dispuso acostarse; con <strong>la</strong> seguridad de que esa noche<br />
no podría conciliar el sueño.<br />
Finalmente, <strong>la</strong> ve<strong>la</strong> se consumió en su totalidad y el cuarto quedó<br />
completamente a oscuras. Una oscuridad que <strong>la</strong> joven directora jamás<br />
hubiese imaginado, parecía que todo, absolutamente todo lo habían pintado<br />
de azabache. Todo estaba sumergido en una profunda negritud.<br />
Transcurrido cierto tiempo, más allá de <strong>la</strong> medianoche, <strong>la</strong> joven<br />
directora comenzó a impacientarse, como si notase <strong>la</strong> presencia de seres<br />
extraños. No eran murcié<strong>la</strong>gos, ni <strong>la</strong>s cucarachas, ni <strong>la</strong>s ratas. Su<br />
piel se puso como <strong>la</strong> de <strong>la</strong> gallina y sintió un escalofrío que le recorrió<br />
todo el cuerpo.<br />
Escuchó que movían los pupitres, sintió que barrían los salones de<br />
<strong>la</strong> escue<strong>la</strong> y <strong>para</strong> colmo, alguien estaba dándole a <strong>la</strong>s tec<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> vetusta<br />
máquina de escribir. Ante tales ruidos, <strong>la</strong> joven directora se sintió<br />
horrorizada, quiso mirar sus manos <strong>para</strong> ver<strong>la</strong>s temb<strong>la</strong>r, pero <strong>la</strong> oscuridad<br />
de <strong>la</strong> noche se lo impidió. Prefirió pensar que todo era producto<br />
de su imaginación y por breves instantes le volvió <strong>la</strong> calma a su espíritu.<br />
JNOTJ<br />
La joven directora