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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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de periódico leyendo tan ensimismado que parecía que se había transportado<br />

<strong>para</strong> otro mundo. Cuando lo observábamos en ese estado<br />

estaba terminantemente prohibido interrumpirlo. Nuestro patrimonio<br />

cultural viviente refería, que en ese momento se encontraba meditando<br />

y metido profundamente en <strong>la</strong> lectura. Algunas personas que se le acercaban,<br />

afirmaban que escuchaban de su boca <strong>la</strong> invocación de unos<br />

dioses raros: Zeus, Odín, Atenea, entre otros.<br />

Las viejas rezanderas de ambos pueblos no negaban lo morigerado<br />

de nuestro francés. Continuamente le manifestaban su marcada ausencia<br />

a <strong>la</strong> iglesia y por ello tuve el abuso de preguntarle el motivo de ello.<br />

—¿Que mayor iglesia que el cielo abierto y <strong>la</strong> tierra bajo mis pies<br />

<strong>para</strong> comunicarme con mis dioses. Las grandes catedrales, <strong>la</strong>s bel<strong>la</strong>s<br />

mezquitas, los templos budistas y <strong>la</strong>s sinagogas, fueron construidos por<br />

los hombres <strong>para</strong> rendirles culto a ciertos personajes y no a los dioses.<br />

La imponencia de sus construcciones tiene por objeto hacer sentir a los<br />

mortales como enanos, <strong>para</strong> ap<strong>la</strong>starlos con el temor hacia lo desconocido.<br />

A mis dioses los convoco aquí en El Yunque o allá en El Martillo;<br />

dialogo con ellos con confianza y no con miedo.<br />

Le dije que sus pa<strong>la</strong>bras b<strong>la</strong>sfemas lo conducían directamente al<br />

infierno y que Satanás, disfrutará de <strong>la</strong> fritanga que van hacer con él al<br />

morirse. El rubio continuó:<br />

—Allí estriba el problema de <strong>la</strong> mayoría de nosotros. Le tememos a<br />

<strong>la</strong> muerte y de ello se aprovechan todas <strong>la</strong>s religiones. Éstas nos hab<strong>la</strong>n<br />

de <strong>la</strong> inmortalidad del alma y de esto casi estamos seguros. Creemos que<br />

somos eternos, <strong>para</strong> ello utilizamos más de una forma. La más elemental<br />

y fácil, es teniendo un hijo. Creemos que un retoño es <strong>la</strong> prolongación de<br />

cada uno de nosotros o bien, algunos hombres se construyen una estatua,<br />

de esta manera se creen imperecederos. Piensan que el alma está<br />

atrapada dentro del bronce y que durarán eternamente. Si no lo crees<br />

—me lo decía fijando su mirada persuasiva en mis ojos— recuerda que<br />

los egipcios momificaban a sus faraones y los enterraban con todos sus<br />

enseres <strong>para</strong> el viaje hacia <strong>la</strong> eternidad. Eso de <strong>la</strong> inmortalidad es un atavismo.<br />

Yo afinaba el oído tratando de entender todo lo que el francés<br />

decía, pero internamente rezaba el padrenuestro. Estaba seguro que este<br />

galo pecador iba a llevarme en el mismo autobús, <strong>para</strong> que Mefistófeles<br />

hiciera conmigo chicharrón. A pesar de <strong>la</strong>s maledicencias del francés, <strong>la</strong>s<br />

rezanderas de los dos pueblos nunca dejaron de brindarle <strong>la</strong> atención<br />

que merecía tan conspicuo personaje. Más de uno de los habitantes de<br />

JNPUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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