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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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que por <strong>la</strong> emoción evidenciada en su cara, traía <strong>la</strong>s manos sudadas.<br />

Una vez realizada <strong>la</strong> operación, el italiano comentó, dirigiéndose a mí:<br />

“Io lo sabía signore, il negocio es molto bueno”. Como el pañuelo estaba<br />

húmedo, se lo paseó por los cachetes y por <strong>la</strong> calva prominente, con<br />

mucha suavidad <strong>para</strong> refrescarse un poco. El rostro rubicundo demostraba<br />

que el recién salido del cuartico estaba encendido de emoción, por<br />

alguna buenaventura favorable. Así se despidió el representante de <strong>la</strong><br />

Comunidad Europea del grupo vernáculo que quedaba reunido.<br />

—El siguiente —nuevamente <strong>la</strong> voz salió del recinto.<br />

Los tres que quedábamos nos miramos unos a los otros, hasta que<br />

comprendí que el próximo era el hombre de bigotico vestido con traje<br />

de lino italiano. El veterano legis<strong>la</strong>dor penetró en el cuartico de una<br />

manera decidida.<br />

Continué batiendo <strong>la</strong> leche completa con <strong>la</strong> batidora de mano,<br />

hasta que observé a <strong>la</strong> muchacha de rostro joven femenino, acercarse<br />

con Almaperdida recién bañada; <strong>la</strong> colocó en el regazo de <strong>la</strong> señora<br />

bigotuda de pelo rojo a <strong>la</strong> moda y casi como una orden le manifestó:<br />

—Señora, como usted no está haciendo nada, por favor, seque <strong>la</strong><br />

perrita mientras le <strong>la</strong>vo los dientes a Burocracia; acaba de comerse <strong>la</strong><br />

paloma de señora Anastasia y el<strong>la</strong> enseguida va a venir con <strong>la</strong> sanidad a<br />

poner en custodia a los animales.<br />

La señora bigotuda de cabello rojo a <strong>la</strong> moda, con cierto mohín de<br />

asco, agarró el paño y se dispuso a secar a Almaperdida, escrutando con<br />

repugnancia <strong>la</strong>s inmensas pulgas que habitaban en <strong>la</strong> piel de <strong>la</strong> adorable<br />

perrita.<br />

Yo, por mi parte, seguí batiendo con <strong>la</strong> batidora <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> de leche<br />

completa, contemp<strong>la</strong>ndo con satisfacción <strong>la</strong> <strong>la</strong>bor de <strong>la</strong> vecina, próxima<br />

a entrar al cuartico.<br />

Cuando <strong>la</strong> leche tenía bastante espuma, se acercó <strong>la</strong> muchacha de<br />

rostro joven femenino y vertió dos huevos dentro de <strong>la</strong> leche batida.<br />

Fue en ese instante, después de cierto rato de mi <strong>la</strong>bor, cuando vi al<br />

joven pisaverde emerger del cuartico con rostro de mal ta<strong>la</strong>nte. Como<br />

los otros, se acercó, debía ser por <strong>la</strong> cara de buen vecino que se distinguía<br />

en mi rostro, con cierta confianza, de <strong>la</strong> que suelen hacer a<strong>la</strong>rde los<br />

políticos, comentó:<br />

—Amigo, préstame el pañuelo. Yo sabía, el secretario de organización<br />

del partido quiere echarme una vaina —coloqué <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> sobre <strong>la</strong><br />

JOMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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