Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JONPJ<br />
Candilejas en El Paralelo<br />
como un puñal c<strong>la</strong>vado en el lugar del sentimiento, recordaba <strong>la</strong>s frases<br />
de <strong>la</strong> antigua madama y <strong>la</strong>s de mi madre, <strong>la</strong>s cuales colocaban a <strong>la</strong> francesa<br />
como un producto prohibido <strong>para</strong> mi afecto. El mandamiento era<br />
<strong>para</strong> mí como un dogma de fe, había que cumplirlo sin buscarle explicación<br />
alguna.<br />
«A Isadora, al igual que mi madre y a mí, nos estaban irrumpiendo<br />
los años sin que estos tuvieran nuestro consentimiento. Entraban y<br />
entraban nuevas edades y parecía no darnos cuenta de lo que ocurría.<br />
Con el tiempo se inauguraron nuevos burdeles, se abrieron casinos en<br />
<strong>la</strong> ciudad, y otras industrias del vicio fueron alejando del negocio los<br />
clientes de mayor poder económico. Nuestro bai<strong>la</strong>rín, empezó a ocuparse<br />
de <strong>la</strong> limpieza porque Rubí había abandonado El Paralelo y <strong>la</strong><br />
francesita, seguía incrustándose en los más profundo de mi ser. Quería<br />
limpiar mi pensamiento de su recuerdo; fue entonces cuando comprendí<br />
lo que era el amor. Sin darme cuenta, Pathos se había apoderado<br />
de mí y Mengue le había quitado unos es<strong>la</strong>bones a <strong>la</strong> escalera <strong>para</strong> precipitarme<br />
hacia el abismo.<br />
«Cierto día, mi madre se acostó con un malestar y se llevó a su<br />
lecho un desconocido que ninguna de <strong>la</strong>s meretrices hubiese querido<br />
tener como cliente. El hombre de <strong>la</strong> guadaña ocupó el <strong>la</strong>do izquierdo<br />
de <strong>la</strong> cama y a mi madre <strong>la</strong> sorprendió <strong>la</strong> muerte durante <strong>la</strong> noche. Se<br />
había ido sin decirme nada, como <strong>la</strong>s aves cuando abandonan <strong>la</strong> tierra.<br />
No se supo cuál enfermedad <strong>la</strong> afectó durante el sueño y sin avisar, <strong>la</strong><br />
parca se <strong>la</strong> llevó al mundo del cual nadie regresa. Me abandonó y no se<br />
lo perdoné porque todavía estaba ávido de sus pa<strong>la</strong>bras, de sus sabios<br />
consejos, quería tener su fortaleza porque me sentía débil ante lo que<br />
me esperaba. Pero si existe un hado que debió acompañarme durante<br />
toda mi vida, en él no estaba escrita <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra felicidad. Era imposible<br />
luchar contra los designios del Ser que había creado el mundo. A veces<br />
me consideraba un animal, porque estaba seguro que el destino es cosa<br />
de los hombres, y yo, me consideraba que era un hombre sin futuro.<br />
«El velorio, fue como tenía que ser. Tal como lo había hecho con <strong>la</strong><br />
otra madama, Isadora bailó con mucho sentimiento La bel<strong>la</strong> durmiente,<br />
arrancándoles a <strong>la</strong>s meretrices lágrimas de pesar y hasta el mismo<br />
Jesucristo, colocado sobre el catafalco, mostró una cara de tristeza. Lloré<br />
durante todo el día acompañado de <strong>la</strong>s meretrices de El Paralelo, de<br />
Pigalle quien me acompañó durante <strong>la</strong>s horas de dolor, y a Isadora lo<br />
percibí un poco alejado. Lo observé en un rincón apartado del lupanar,