Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JNMVJ<br />
Longevo americano<br />
Es que ¿acaso es difícil vivir? No, durar cuarenta, cincuenta u<br />
ochenta años, debe ser muy fácil, pero ¿cómo hace una persona <strong>para</strong><br />
tener a cuestas tantos siglos? Nunca conocerán, afortunadamente, <strong>la</strong>s<br />
dificultades y el dolor de tener que perder familia, amigos y tantos<br />
afectos que se acumu<strong>la</strong>n durante una vida eterna. En fin, uno se adapta<br />
a los designios de <strong>la</strong> naturaleza o a los de Dios. Se entiende que los seres<br />
vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren, menos yo. Así pensaba y<br />
eso ocupaba mi cerebro cuando iba cazar o a pescar, cuando correteaba<br />
por estas tierras vírgenes y solitarias que me vieron nacer en mi primera<br />
y única vida. Sí señor, tal como se entiende, yo no he <strong>para</strong>do de vivir y<br />
por ello reconozco que merezco el título del “longevo americano”.<br />
¿Entonces qué es lo peor de vivir, si no es <strong>la</strong> pérdida de sus afectos?<br />
Le informo a los lectores que se decidieron a continuar este re<strong>la</strong>to: lo<br />
peor de esta vividera son los cambios a los que estoy obligado a soportar<br />
a través de <strong>la</strong>s diferentes épocas, puesto que soy un inmortal. Se pueden<br />
imaginar pasar de un período “primitivo” tal como nos calificaron los<br />
recién llegados a estas tierras, a una época colonial. Después de ésta, a <strong>la</strong><br />
independencia y así sucesivamente. No señor, no quiero ponerme en<br />
los calzones de aquel conde galo que supuestamente vivió desde <strong>la</strong> edad<br />
media y dicen que todavía camina por algún lugar de <strong>la</strong> Tierra, peleando<br />
en alguna que otra guerra que nunca falta.<br />
Si usted se p<strong>la</strong>ntea ser inmortal en nuestro país ponga atención por<br />
algunas de <strong>la</strong>s nimiedades por <strong>la</strong>s que tendrá que pasar.<br />
Durante <strong>la</strong> vida de indígena vivía tranqui<strong>la</strong>mente cazando, recolectando<br />
frutas y verduras que aseguraban el condumio y <strong>la</strong> existencia<br />
de <strong>la</strong> familia. Sin preocupación de <strong>la</strong>rgas jornadas de trabajo, pago de<br />
impuestos, cance<strong>la</strong>ción de condominio, cuentas del mercado, facturas<br />
de luz, agua, aseo, servicio de cable, cuota del sindicato y todas esas<br />
cosas novedosas que trajeron los navegantes de <strong>la</strong>s viejas tierras.<br />
Nuestra vida era muy sencil<strong>la</strong>; imagínense que no nos preocupábamos<br />
por <strong>la</strong> ropa; simplemente teníamos un guayuco que nos protegía <strong>para</strong><br />
que los bichos no nos picaran <strong>la</strong>s partes. Después supimos que esas<br />
partes eran “pudendas”, puesto que los navegantes decían que era<br />
pecado exhibir lo que <strong>la</strong> naturaleza nos había dado y que sabíamos que<br />
los otros también tenían. Por lo tanto, nos impusieron una nueva forma<br />
de vestir <strong>para</strong> esconder <strong>la</strong>s partes pecaminosas del cuerpo. Nos obligaron<br />
a usar unos trapos calurosos <strong>para</strong> no ofender al Todopoderoso<br />
con nuestra desnudez, ya que Él todo lo ve. Eso tuvimos que soportarlo