Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JSRJ<br />
Siete cruces en Agua de Vaca<br />
María nunca cambió <strong>la</strong> manera de vivir. Se mantuvo en ese desenfreno<br />
hasta ya entrada en años, con <strong>la</strong> única diferencia, que empezó<br />
a cobrarles a los hombres por el goce de su cuerpo y <strong>la</strong> entrega de<br />
los p<strong>la</strong>ceres.<br />
Las fiestas patronales en todos los pueblos son un culto a Baco y<br />
Afrodita, y Agua de Vaca no es <strong>la</strong> excepción. En los festejos de <strong>la</strong> Virgen,<br />
una botel<strong>la</strong> de ron, de cerveza o, en el mejor de los casos, de whisky,<br />
es casi <strong>la</strong> moneda nacional, todos tienen una. Además, parecía, que <strong>la</strong><br />
patrona agasajada conectaba a los feligreses con el botón del p<strong>la</strong>cer,<br />
tanto a hombres como a mujeres. Después de finalizada <strong>la</strong> procesión, los<br />
cargadores colocaban <strong>la</strong> santa en el pedestal de <strong>la</strong> iglesia y a continuación,<br />
comenzaba el desenfreno. Agua de Vaca se convertía en un pueblo<br />
sicalíptico.<br />
Comenzaba de esta manera un nuevo culto: a “santa <strong>la</strong>scivia” y a<br />
“santa lujuria”. Son tales los actos concupiscentes practicados por los<br />
moradores de Agua de Vaca, que hasta el mismo Satán se ruborizaría<br />
de lo que ocurría durante esas fiestas.<br />
Una de <strong>la</strong>s cosas buenas del p<strong>la</strong>cer es que no es racista: los hombres<br />
y mujeres ante su disfrute, mezc<strong>la</strong>n <strong>la</strong>s etnias, unen <strong>la</strong>s salivas, juntan<br />
los sudores y refriegan los cuerpos entre sí sin discriminación alguna.<br />
Todo por satisfacer, con <strong>la</strong> pareja del momento, el goce instintivo y<br />
bestial que llevamos por dentro. No importa si el caballero es b<strong>la</strong>nco y<br />
<strong>la</strong> dama negra, que el macho sea americano y <strong>la</strong> hembra europea, que<br />
el<strong>la</strong> sea agüevaquera y él italiano, porque así empezó <strong>la</strong> tragedia.<br />
Todo el mundo sospechaba de <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones escondidas de Garibaldi<br />
con María de los Ángeles, quien ya no era ninguna moza. Bajo<br />
los efectos etílicos el italiano descuidó <strong>la</strong> prudencia y fue a solicitar, de <strong>la</strong><br />
manera más indiscreta, los favores sexuales de <strong>la</strong> agüevaquera. Lo vieron<br />
entrar en <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> impúdica; al rato se escuchó un grito de horror, el<br />
cual no tenía nada que ver con <strong>la</strong> celebración de <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> virgen. Los<br />
vecinos se aglomeraron en <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> mujer marcada que<br />
de súbito abrió. Por allí salió Garibaldi desnudo, aterido de miedo y dis<strong>para</strong>do<br />
de <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> pecadora. Se escuchó el a<strong>la</strong>rido del italiano: “No<br />
tuve <strong>la</strong> culpa, fue <strong>la</strong> tentación del súcubo”.<br />
Se nombró una comisión <strong>para</strong> entrar a <strong>la</strong> casa. Era sabido que a los<br />
católicos practicantes de esta localidad les estaba vetado visitar el lugar<br />
del pecado. Crispinita y el padre Anselmo, atendieron <strong>la</strong> petición y<br />
penetraron junto con otras dos personas a <strong>la</strong> casa de Satanás. Una vez