Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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esculpir por un famoso artista del virreinato, <strong>para</strong> exaltar su bizarría.<br />
Parece ser que el navío presentó algún problema y tuvo que tirar al mar<br />
los objetos más pesados, entre ellos <strong>la</strong> estatua de nuestro vanidoso funcionario<br />
real. Tal acontecimiento se produjo cerca de <strong>la</strong> costa de mi<br />
pueblo, según muestran <strong>la</strong>s cartas de navegación del bergantín.”<br />
Qué tremenda decepción debió sufrir nuestro devoto amigo, al<br />
conocer <strong>la</strong> verdadera historia de <strong>la</strong> venerada estatua. La trastada, jugada<br />
por el destino al joven ingeniero con postgrado, no tenía perdón. Después<br />
de más de veinticinco años de engaño ¿qué podía hacer con su vida<br />
religiosa? Cuenta Andrés Octavio, que quemó <strong>la</strong> fe de bautismo frente a<br />
<strong>la</strong> catedral de Sevil<strong>la</strong>; fue acusado por b<strong>la</strong>sfemo y hereje por un joven<br />
seminarista, quien pasaba cerca del sitio donde el arrepentido hacía el<br />
acto diabólico. Luego de lo anterior, se inscribió en una secta satánica<br />
<strong>para</strong> combatir a los católicos, a los musulmanes, a los protestantes, a los<br />
judíos y a cualquier cosa que oliera a sacerdote, ayatolá, pastor, rabino,<br />
gurú o algo por el estilo.<br />
Andrés Octavio terminó el postgrado, regresó al pueblo <strong>para</strong> <strong>contar</strong>le<br />
a sus coterráneos ignorantes el descubrimiento. Abandonó el<br />
barco y fue directamente a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za <strong>para</strong> insultar a <strong>la</strong> estatua. Al llegar al<br />
antiguo sitio sagrado, recibió una nueva frustración: en el pedestal,<br />
donde reposaba <strong>la</strong> figura mi<strong>la</strong>grosa, el fundador del pueblo o el gran<br />
republicano, ahora existía un enorme obelisco de seis metros de alto. Al<br />
pie del monumento había una p<strong>la</strong>ca donde estaba inscrito lo siguiente:<br />
“En honor al soldado desconocido. De los hijos de <strong>la</strong> patria”.<br />
“Pregunté por <strong>la</strong> estatua y me informaron que estaba en <strong>la</strong> casa de<br />
doña Apascacia. Dirigí los pasos hacia el domicilio de <strong>la</strong> vieja con <strong>la</strong><br />
intención de insultar al regidor, <strong>para</strong> rec<strong>la</strong>marle los años perdidos en <strong>la</strong><br />
devoción. Cuando llegué al hogar de <strong>la</strong> mujer inmortal localicé <strong>la</strong> figura<br />
de mármol del ilustre realista don Pascual Cevallos de Céspedes. Estaba<br />
en el corral, junto con los animales, tirada y abandonada de ceremonias y<br />
ha<strong>la</strong>gos. Al insigne español lo honraban <strong>la</strong>s deposiciones, que sobre su<br />
cara y cuerpo, habían hecho <strong>la</strong>s gallinas, los patos y los cochinos de doña<br />
Apascacia.<br />
Parece que Andrés Octavio no se conformó con esta venganza y,<br />
como estaba ducho en eso de redactar plegarias en versos, recitó en voz<br />
alta y con gran satisfacción su última inspiración:<br />
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