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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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un soldado conocido. Allí estaba Crisóstomo tendido sobre un mogote,<br />

con el uniforme bañado de sangre, con su mano próxima al instrumento<br />

musical y una ba<strong>la</strong> dentro de su corazón. Onésimo se acercó, lo tocó <strong>para</strong><br />

ver si había un rastro de vida, le gritó, lo sacudió, lo l<strong>la</strong>mó por su nombre<br />

y exc<strong>la</strong>mó:<br />

—Maldita sea esta guerra —agarró el trompetín que también sabía<br />

tocar, entonó una música de despedida, un canto fúnebre <strong>para</strong> el amigo<br />

fallecido. Las notas musicales se mezc<strong>la</strong>ban con los gritos de dolor de<br />

los jóvenes soldados, caídos en el campo de batal<strong>la</strong> por <strong>la</strong>s armas que<br />

enriquecían a algunos y que desgarraban los cuerpos de los muchachos<br />

en aras de <strong>la</strong> patria. Una vez finalizado el réquiem, colocó a su amigo el<br />

casco en <strong>la</strong> cabeza, puso el cornetín en su mano y le dio un beso en <strong>la</strong><br />

mejil<strong>la</strong>. Miró hacia los <strong>la</strong>dos y fijó su atención en un fusil, de los<br />

muchos que se encontraban tirados en el campo de matanza, lo tomó<br />

en sus manos y gritó a todo pulmón, como panegírico de despedida:<br />

“Maldita sea <strong>la</strong> guerra”. Se colocó <strong>la</strong> trompa del arma en su boca y se<br />

escuchó un disparo, uno más de los muchos que se oían en el campo de<br />

batal<strong>la</strong>. Allí quedó Onésimo, sin sesos, sin rostro, acompañando al hermano<br />

del alma al viaje hacia <strong>la</strong> eternidad. La explosión se elevó al cielo,<br />

junto con los gritos de los muchos jóvenes soldados que elevaban su<br />

dolor al creador, como un rec<strong>la</strong>mo por <strong>la</strong>s viudas, los huérfanos y <strong>la</strong>s<br />

madres que quedaban sin sus seres queridos.<br />

Al poco rato de lo acontecido pasaron varios oficiales por el campo<br />

de batal<strong>la</strong>, entre ellos se encontraba un enjundioso general, cuyas medal<strong>la</strong>s<br />

le llenaban no se sabe si el pecho o <strong>la</strong> redonda andorga, contempló<br />

los múltiples cadáveres esparcidos en el terreno y exc<strong>la</strong>mó con gran<br />

regocijo:<br />

—Estos son los soldados de mi patria, qué muchachos tan arrechos.<br />

Onésimo y Crisóstomo no pudieron leer los titu<strong>la</strong>res de <strong>la</strong> prensa<br />

que trajo el tío Ambrosio de <strong>la</strong> capital: “¡Finalizó <strong>la</strong> guerra! Firmado el<br />

tratado de paz que permitirá <strong>la</strong> co<strong>la</strong>boración mutua entre <strong>la</strong>s dos<br />

naciones”. Al leer el titu<strong>la</strong>r el tío pensó en voz alta:<br />

—No es necesaria <strong>la</strong> guerra <strong>para</strong> preservar <strong>la</strong> paz entre los pueblos.<br />

—en <strong>la</strong> prensa se destacaba <strong>la</strong> foto donde los presidentes, los comandantes,<br />

los políticos, los empresarios, los sacerdotes y los intelectuales<br />

ava<strong>la</strong>ban el tratado de paz, brindando con champaña por el progreso, <strong>la</strong><br />

armonía y <strong>la</strong> paz de <strong>la</strong>s naciones.<br />

JNTMJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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