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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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tierra de gracia armado con <strong>la</strong> Biblia, <strong>la</strong> cruz y el arcabuz <strong>para</strong> civilizar a<br />

estos pueblos ignorantes e ignorados del Dios cristiano.<br />

Como verán el gran conquistador, una vez establecida <strong>la</strong> colonia,<br />

nos impuso una unidad religiosa y también lingüística. Se nos prohibió<br />

hab<strong>la</strong>r nuestro lenguaje puesto que, según él, era una jerigonza usada<br />

por herejes. De igual manera nos forzaron a rezar y a comulgar a <strong>la</strong><br />

usanza peninsu<strong>la</strong>r.<br />

Pero eso no fue todo. No crean, no fue fácil <strong>para</strong> los hombres acostumbrados<br />

a descargar nuestras vísceras sin dificultad, sin tener que<br />

escondernos de los demás. En nuestra época “primitiva” estas actividades<br />

eran un acto social. Me sentaba frente a un amigo a descargar mi<br />

intestino, mientras conversábamos amenamente. Es decir nos cambiaron<br />

hasta <strong>la</strong> manera de realizar “<strong>la</strong>s necesidades fisiológicas” tal<br />

como lo mientan los peninsu<strong>la</strong>res. Tampoco logré entender <strong>la</strong> razón de<br />

escondernos de los demás cada vez que nos holgábamos con nuestras<br />

indias, ya que <strong>para</strong> nosotros era una forma natural de reproducirse.<br />

En fin, fueron muchos los sufrimientos que padecí <strong>para</strong> habituarme<br />

a este nuevo modo de vida, tenía: un nuevo idioma, una nueva<br />

religión, como consecuencia un nuevo Dios y único, nueva forma de<br />

vestir, hasta una nueva forma de comer. Tuve que olvidarme de <strong>la</strong> yuca,<br />

el topocho y del mono asado. Ahora comía pan, chuleta, bistec, pael<strong>la</strong> y<br />

otras cosas que no me caían bien. Todo marchó perfecto, ya que los<br />

hombres, de alguna manera tenemos una gran capacidad de adaptación<br />

ante una novedad.<br />

Se puede decir que me fui acomodando a este nuevo mundo.<br />

—¿qué podía hacer después de tantos años viviendo de esta manera?—<br />

Fui acostumbrándome al gobierno de los peninsu<strong>la</strong>res, al l<strong>la</strong>mado<br />

régimen de casta. Peor lo pasaron los que l<strong>la</strong>man ahora “hombres<br />

de color”. A estos trajeron de lejanas tierras. Los sometieron a una vil<br />

esc<strong>la</strong>vitud, los trataron peor que los animales, hasta que un “Papa piadoso”<br />

dictó un decreto: a partir de ese momento, primero ocurrió con<br />

los indios y mucho tiempo después fueron los negros, que tales criaturas<br />

tenían alma y por lo tanto éramos hijos de Dios. No por esto finalizó<br />

el sometimiento de los esc<strong>la</strong>vos negros ante los poderosos. Fueron<br />

los hombres traídos de África quienes en realidad realizaron los trabajos<br />

más duros. Nosotros lo aborígenes, nos fuimos acostumbrando al<br />

mangüareo y al bochinche. Con <strong>la</strong> excusa de que éramos unos flojos,<br />

nos dejaban los trabajos menos severos.<br />

JNNNJ<br />

Longevo americano

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