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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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¿Qué sentido tiene seguir leyendo a semejante loco? Los antiguos<br />

hebreos tuvieron a Matusalén y los galos a su conde longevo, pregunto:<br />

¿acaso los nacidos en estos <strong>para</strong>jes no merecían tener un indio que<br />

viviera muchos años? ¿Los chamanes de mi tribu no podían poseer el<br />

secreto de alguna pócima que asegurara <strong>la</strong> eterna juventud?<br />

Mi padre no era cacique. Por lo general en <strong>la</strong> historia oral y escrita<br />

los personajes con características sobresalientes son hijos de reyes,<br />

generales ganadores de muchas batal<strong>la</strong>s o hijo de algún noble de <strong>la</strong> realeza,<br />

en cambio yo no, soy un indio vulgar y silvestre, cazador, recolector,<br />

dormí en hamaca tal como mis congéneres y además comía con<br />

<strong>la</strong>s manos, sin <strong>la</strong> elegancia de los cubiertos.<br />

Mi nombre, no puedo escribirlo en su forma original, no lo entenderían,<br />

además, no existe un diccionario que traduzca mi lengua a <strong>la</strong> del<br />

conquistador ibérico. Pero mi padre tuvo <strong>la</strong> precaución de colocarme<br />

uno que tendría que ver con mi vida futura. Éste, tras<strong>la</strong>dado al idioma<br />

del colonizador, más o menos significaría: “hombre de muchas vidas”.<br />

No se equivocó mi padre cuando me bautizó con ese nombre hace<br />

muchos siglos. Han pasados muchas lunas, muchas lluvias, muchas<br />

sequías y ahora, en esta época posmoderna me posesioné del título que<br />

vengo utilizando desde finales del siglo diecinueve. Ahora me l<strong>la</strong>man:<br />

“El longevo americano”.<br />

Ustedes, nuevamente se preguntarán ¿qué ha hecho semejante loco<br />

<strong>para</strong> merecer este título tan pomposo? Acaso <strong>la</strong> historia oral y escrita no<br />

ha archivado en <strong>la</strong> memoria de sus pueblos los calificativos de grandes<br />

dignidades, estos han servido <strong>para</strong> encumbrar a <strong>la</strong>s lumbreras, tales<br />

como: “el precursor”, “el libertador”, “el benemérito”, “el ilustre americano“,<br />

“el benefactor”, “el invicto”, “el restaurador” “el regenerador”, “el<br />

héroe del deber”, “el padre de <strong>la</strong> democracia” y tantos otros que enriquecen<br />

<strong>la</strong> literatura épica y del ja<strong>la</strong>mecatismo de nuestro país. La alta<br />

sociedad nunca ha sido mezquina en eso de endosarle grandes títulos a<br />

“encumbrados personajes“ de <strong>la</strong> política, el arte y <strong>la</strong> literatura.<br />

¿Qué obra he realizado <strong>para</strong> merecer tal título? ¿Qué cosa en el<br />

mundo puede ser más difícil que vivir tantos años sin haberlo pedido?<br />

Pues sí señor, no hice pacto con Mefistófeles <strong>para</strong> poseer <strong>la</strong> fuente de<br />

vida, tampoco fui a ningún brujo <strong>para</strong> que me diera algún bebedizo y así<br />

me asegurara <strong>la</strong> vida eterna. Tampoco bebí de <strong>la</strong> fuente de <strong>la</strong> eterna<br />

juventud. Simplemente viví, vivo y seguiré viviendo por muchos siglos,<br />

esto lo asegura mi nombre aborigen.<br />

JNMUJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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