Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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codiciado impuesto. Indagué, busqué, hasta que en una taquil<strong>la</strong> solitaria<br />
se podía leer en un cartel: “Venta de timbres”. Al llegar a ésta<br />
comprendí <strong>la</strong> razón de <strong>la</strong> ausencia de público. Nos acercamos al sitio<br />
enrejado; el funcionario no me dejó hab<strong>la</strong>r y sin despejar <strong>la</strong> vista de <strong>la</strong><br />
gaceta hípica aulló:<br />
—La venta de timbres fiscales está suspendida hasta nuevo aviso.<br />
Conté hasta veintiséis y cuando María Alejandra notó mi actitud<br />
meditativa le preguntó de <strong>la</strong> manera muy dulce:<br />
—Señor, ¿cuándo podemos venir <strong>para</strong> adquirir el impuesto?<br />
El señor enrejado no levantó <strong>la</strong> mirada, no quería perder <strong>la</strong> concentración<br />
del caballo ganador de <strong>la</strong> tercera carrera.<br />
—No sé, señorita, se descubrió una falsificación de timbres y hasta<br />
que no se resuelva esta situación no los puedo vender.<br />
Le expliqué al señor todos los avatares que habíamos sufrido, le<br />
señalé el gasto de hotel que María tenía que cance<strong>la</strong>r mientras no se<br />
resolvía el asunto. En fin, utilicé todos los elementos persuasivos que<br />
llegaron a mi mente y <strong>la</strong> única respuesta que logré fue:<br />
—Mira, chamo, yo estoy aquí <strong>para</strong> vender timbres y no <strong>para</strong> solucionar<br />
sus problemas amorosos —y continuó ensimismado en su literatura<br />
hípica, en espera del mi<strong>la</strong>gro del caballo ganador. Ante esta última<br />
aseveración María Alejandra y yo nos reímos, parecía que el señor enrejado<br />
había descubierto lo que no éramos capaces de confesar. Salimos<br />
del ministerio agarrados de <strong>la</strong> mano, tal como nos lo había dicho el funcionario,<br />
como unos eternos enamorados.<br />
Nos dirigimos al correo con <strong>la</strong> esperanza de adquirir los benditos<br />
timbres, esta vez, no agarrados de <strong>la</strong> mano, caminamos abrazados,<br />
hasta que llegó un taxi y nos llevó al correo. Nos dirigimos a <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> y<br />
escuchamos a <strong>la</strong> vendedora decirle a un solicitante:<br />
—Por órdenes expresas, <strong>la</strong>s ventas de timbres fiscales están suspendidas<br />
por quince días.<br />
El amor, por ser una forma de locura, mata <strong>la</strong>s angustias de los atormentados.<br />
Eso lo descubrí en ese momento. No importaba lo que venía,<br />
tal infortunio iba a permitirme estar más cerca de María Alejandra.<br />
Parecía que el<strong>la</strong> estaba en <strong>la</strong> misma onda mía. Pasó su brazo por mi cintura<br />
en un gesto muy tierno. No tuve ningún problema de aceptar <strong>la</strong><br />
invitación al hotel donde el<strong>la</strong> residía.<br />
¿Qué puedo re<strong>la</strong>tar de lo ocurrido una vez que cerramos <strong>la</strong> puerta<br />
de <strong>la</strong> habitación? ¿Quién no ha estado con su enamorada en un cuarto<br />
JOROJ<br />
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