Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

La santidad de Críspula
Está bien, Benavides, es la última vez que te cuento lo de la santidad
de Críspula. No voy a negarte que me enamoré de ella desde que estaba
muy pequeño. La culpa la tuvo mi madre; siempre decía: Críspula es
muy linda, Críspula es una muchacha hacendosa, Críspula es una buena
estudiante... Fueron tantas las alabanzas, que ya para la época de mi
eclosión hormonal terminé por amarla locamente.
Oye Benavides, lo de la santidad de la niña comenzó al arribar al
pueblo el cura Valverde, quien recién había salido de un seminario ubicado
en la lejana Sevilla. El joven sacerdote venía recomendado, con
muy buenas cartas, por el arzobispo de la capital. Cuando llegó el curita,
pude percatarme de lo piadosas que eran mis coterráneas.
A ti te confieso, Benavides, la única molestia que sentía por el ensotanado,
era el bendito acento castizo, eso no me convencía. La forma
muy particular de hablar lo notaba más durante los sermones dominicales.
Siempre recordaré la zeta con la que acentuaba el “corazón” de
Jesús. Pero no puedo negarlo, nuestro joven abate organizó y dio nueva
vida a la comunidad religiosa del pueblo. Alguna de éstas, fue el coro de
la iglesia dirigida por frau Freeda. Una católica alemana, nacida en la
zona de Baviera, quien vino a parar a este pueblo; nunca conocimos la
razón de su permanencia por estos parajes. Algunos comentaban, que la
regia mujer era una antigua nazi, escondida en estos parajes lejanos para
PP