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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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—Después que abandoné el ejército, empecé a meditar y comprendí<br />

que a un héroe de <strong>la</strong> patria le quedaba chiquito el valle de San<br />

Pedro. Le di mis ahorros a mi vieja y emprendí el viaje a <strong>la</strong> capital, en<br />

busca de los homenajes y <strong>la</strong>s glorias que en justicia merecía. Inicié mis<br />

caminatas por <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> gran metrópolis en busca de trabajo, mostrando<br />

mis dos medal<strong>la</strong>s bien merecidas. Pero a nadie parecía interesarle<br />

que yo, Nemesio González, era uno de los muchos cuyo único oficio<br />

era matar. Me daba <strong>la</strong> impresión que en <strong>la</strong> capital no se necesitan<br />

héroes. Mi currículo ¿se dice así, licenciado?, no era suficiente <strong>para</strong><br />

conseguir trabajo.<br />

Ya más cansado y sin el vigor anterior continuó.<br />

—Definitivamente los héroes no tienen cabida en <strong>la</strong> gran ciudad.<br />

Lo único que aprendí fue a “destruir objetivos” con una precisión increíble.<br />

Esto so<strong>la</strong>mente fue lo que me enseñó el Ministerio —en <strong>la</strong> grabación<br />

se hizo una pausa grande y recordé su cara de decepción y desespero<br />

por su permanencia en <strong>la</strong> cárcel—. Por fin, encontré trabajo de vigi<strong>la</strong>nte<br />

en una empresa de seguridad, parecía que sólo <strong>para</strong> eso servíamos los<br />

reservistas, mejor dicho los apóstoles de <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong> democracia y <strong>la</strong><br />

libertad. Anote todo eso ahí, licenciado, que todavía falta más.<br />

Revisé mis notas mientras aparecía <strong>la</strong> voz del presidiario y me pregunté<br />

<strong>la</strong> razón de no haber publicado mi trabajo.<br />

—Cierto día, en una de <strong>la</strong>s rondas de vigi<strong>la</strong>ncia en el centro comercial,<br />

donde <strong>la</strong> empresa me asignó <strong>para</strong> custodiar, observé, desde mi<br />

puesto de trabajo, a un mozalbete que intentaba atracar a una señora<br />

con una navaja, de esas que l<strong>la</strong>man “pico e’ loro”. Como activado por un<br />

resorte recordé el entrenamiento: caja toráxica firme, control de <strong>la</strong> respiración,<br />

actitud fría, calculé <strong>la</strong> distancia a <strong>la</strong> que se encontraba el “objetivo”;<br />

pensé más o menos treinta metros. Tomé mi fusil, observé por <strong>la</strong><br />

mira y vi puesto mis ojos en el centro de un par de cejas. Ese era el punto<br />

en donde metería <strong>la</strong> ba<strong>la</strong>. Vinieron a <strong>la</strong> mente <strong>la</strong>s prácticas de tiro, <strong>la</strong>s<br />

medal<strong>la</strong>s, los muertos y mis méritos bien ganados. Mientras memorizaba<br />

todo esto apreté el gatillo y <strong>la</strong> ba<strong>la</strong> fue a <strong>para</strong>r justo en el lugar esperado.<br />

Pensé “Ojo de Águi<strong>la</strong>” estás en forma. Me acerqué al “objetivo”<br />

completamente destruido y pude comprobar que mis medal<strong>la</strong>s tenían<br />

una razón de ser. Allí yacía tirado, con mi marca de fábrica: un ba<strong>la</strong>zo<br />

entre ceja y ceja, como si lo hubiese medido con una reg<strong>la</strong> <strong>para</strong> colocar <strong>la</strong><br />

ba<strong>la</strong>. En verdad no me sorprendí, el Ministerio <strong>para</strong> eso me había entrenado,<br />

únicamente <strong>para</strong> aniqui<strong>la</strong>r “objetivos”. Me llevaron detenido,<br />

JVPJ<br />

Los héroes de mi patria

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