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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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—Bueno, señor Julián, ¿y cómo se l<strong>la</strong>ma <strong>la</strong> otra maestra? —preguntó<br />

en tono resignado—. El bueno de Julián trató de esconder nuevamente<br />

sus pies forrados por <strong>la</strong>s destrozadas alpargatas, <strong>la</strong>s que estaban<br />

así por sus enormes pies. Julián durante muchos años había trabajado<br />

muy duro en <strong>la</strong> misma hacienda donde su abuelo fue esc<strong>la</strong>vo y su padre,<br />

en ese mismo sitio, había sido un negro manumiso. Sus pies estaban<br />

desfigurados de tanto cargar racimos de plántanos, topochos y sacos de<br />

cacao. Con una media carcajada contestó:<br />

—La otra maestra es uté, quien tiene que dar c<strong>la</strong>se a cuarto, quinto<br />

y sexto grado; <strong>la</strong> maestra Benita tiene quince años dando los mismos<br />

grados y no sabe más nada.<br />

Ante estas pa<strong>la</strong>bras <strong>la</strong> maestra Zunilde se tomó el café de un solo<br />

trago, sin percatarse de que el líquido estaba caliente; casi de inmediato<br />

le provocó agarrar <strong>la</strong> maleta y regresar de nuevo a su casa.<br />

Julián observó con cierta compasión <strong>la</strong>s lágrimas que corrían por<br />

los carrillos de <strong>la</strong> joven maestra Zunilde, que tomaron un color terroso<br />

al mezc<strong>la</strong>rse con el sudor, el rubor y el polvo del camino. Pensando que<br />

Julián sabía todo lo que ocurría en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, <strong>la</strong> maestra preguntó nuevamente<br />

—Bueno, señor Julián, ¿y mis alumnos?<br />

—Por sus alumnos no se preocupe maestra —Julián respondió—.<br />

Uté tiene sólo cuatro pasmarotes, los hijos de Magdalena, <strong>la</strong> que reza<br />

los rosarios en los velorios y en los novenarios. Ellos trabajan en <strong>la</strong><br />

hacienda de don Andrés De Sousa; sólo asisten a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> dos veces a<br />

<strong>la</strong> semana.<br />

La voz quebrada y <strong>la</strong>s lágrimas corriéndole por <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s, <strong>la</strong>s<br />

cuales dejaban un camino c<strong>la</strong>ro hasta <strong>la</strong>s comisuras de los <strong>la</strong>bios, mostraban<br />

el estado de ánimo de <strong>la</strong> joven directora. Presa de angustia, preguntó<br />

nuevamente:<br />

—Y <strong>la</strong> secretaria, ¿cómo se l<strong>la</strong>ma?<br />

En el momento que el<strong>la</strong> hizo <strong>la</strong> pregunta, Julián agarró nuevamente<br />

el trapo rojo <strong>para</strong> espantar otros murcié<strong>la</strong>gos que estaban revoloteando<br />

por el salón de primero, segundo y tercer grado. Se habían<br />

mantenido siempre en esta sa<strong>la</strong>. Julián pensaba en su interior: “Son<br />

como <strong>la</strong> maestra Benita B<strong>la</strong>nco, no quieren salir del mismo grado”.<br />

—La secretaria ¿cuál secretaria? El difunto maestro Solórzano,<br />

que en paz descanse, él mismo hacía los trabajos en <strong>la</strong> máquina vieja<br />

que está en un cuartico situado al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> letrina.<br />

JNORJ<br />

La joven directora

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