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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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sobre una tierna y carnosa ruedita de grasa, dada <strong>la</strong> estrechez de <strong>la</strong> vestimenta.<br />

El cabello de <strong>la</strong> encantadora Albita era <strong>la</strong>rgo y ondu<strong>la</strong>do, como consecuencia<br />

de los rulitos hechos con rollos de papel higiénico durante <strong>la</strong><br />

noche. Estos, los conseguían los siete chiquitos en el basurero de <strong>la</strong><br />

p<strong>la</strong>nta baja del edificio y algunas construcciones vecinas. En un principio,<br />

<strong>la</strong> conserje de <strong>la</strong> residencia los ayudaba en <strong>la</strong> recolección de los<br />

preciados objetos recic<strong>la</strong>bles.<br />

El rostro de Albita era terso, de una gran lozanía, lindo y bello cual<br />

muñequita barbie, de <strong>la</strong>s importadas. Cuidaba <strong>la</strong> piel del rostro con esmero;<br />

utilizaba, con frecuencia, una máscara de sábi<strong>la</strong>, (p<strong>la</strong>ntas que los<br />

chiquitos sustraían de los jardines de unas casas vecinas). El esmero y <strong>la</strong><br />

dedicación que Albita destinaba a su aspecto personal, se debía a <strong>la</strong> promesa<br />

que el<strong>la</strong> había hecho a sus inquilinos: anhe<strong>la</strong>ba ceñir sobre su<br />

cabecita <strong>la</strong> corona de por lo menos, Miss Amistad o Miss Fotogenia de<br />

uno de los trescientos concursos que se realizaban en su urbanización<br />

de c<strong>la</strong>se media alta.<br />

—Sí, Albanieves, ya te arreglé <strong>la</strong> zapatil<strong>la</strong> de cristal. Le puse una<br />

tapita de cuero de chivo que mataron, se lo comieron y a mí no me<br />

dieron ni <strong>para</strong> probar —así le respondió Melchor a <strong>la</strong> angustiada pregunta<br />

del hada madrina—. Además, ¿quién más que nosotros, estamos<br />

interesados de que andes impecablemente arreg<strong>la</strong>da, <strong>para</strong> que seduzcas<br />

al príncipe Alicán? Recuerda —continuaba el hombrecito—, tenemos<br />

cuatro meses sin trabajo y sin posibilidad de conseguirlo mientras estén<br />

persiguiendo a los indocumentados. Si no fuera por tu gran corazón,<br />

nos estaríamos muriendo de hambre.<br />

—Mira, Peralta —atinó a decir Baltasar, quien así <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maba—,<br />

no es que no deseo que vayas a <strong>la</strong> fiesta, pero me informaron, no como<br />

chisme, <strong>la</strong>s muchachas del veinticuatro que por ahí anda el joven<br />

Loboferoz. Ya sabes, ese tipo vago, pedante y jactancioso. Todo el<br />

tiempo dice que no te le escaparás, que no eres capaz de resistirte a sus<br />

encantos.<br />

Fueron estas <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Baltazar, quien hab<strong>la</strong>ba con cierto tono<br />

de disgusto y recelo. Los chiquitos estaban enterados de que Peralta no<br />

quiso ir a <strong>la</strong> celebración con Baltasar por ser muy chaparrito.<br />

Los hombrecitos contemp<strong>la</strong>ban al hada madrina como su salvadora;<br />

por eso no escatimaban en dirigirle miradas tiernas y pa<strong>la</strong>bras de<br />

a<strong>la</strong>banzas. A continuación, una vez saciados de <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ción de su<br />

JTQJ<br />

`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê

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