Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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Capítulo 5: Los ángeles de María<br />
La madre de María de los Ángeles de <strong>la</strong> Virgen del Valle Vil<strong>la</strong>lba<br />
empeñó <strong>la</strong> virginidad de su hija desde antes del momento del nacimiento.<br />
Antes de alumbrar<strong>la</strong>, le manifestó a Crispinita, que el connubio<br />
de <strong>la</strong> niña sería con Cristo, es decir, que <strong>la</strong> pondría a estudiar <strong>para</strong> monja.<br />
La vocación espiritual <strong>la</strong> mantendría alejada de <strong>la</strong>s tentaciones carnales.<br />
María de los Ángeles, una vez finalizados los estudios primarios, dedicaría<br />
su vida a <strong>la</strong> caridad y <strong>para</strong> esto, buscaría un cupo en el convento de<br />
<strong>la</strong>s hermanas Carmelitas <strong>para</strong> que <strong>la</strong> nueva religiosa sirviera a Dios y a<br />
los pobres.<br />
Pero una cosa pensó <strong>la</strong> madre y otra fue lo que maquinó <strong>la</strong> hija. Ya a<br />
los trece años recorría <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya mostrando <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> naturaleza con <strong>la</strong> que el<br />
mismo Dios —a quien el<strong>la</strong> debía servirle— <strong>la</strong> había dotado. Las diminutas<br />
prendas con <strong>la</strong> que enga<strong>la</strong>naba su hermoso cuerpo, permitía pensar<br />
al prójimo que <strong>la</strong> linda muchacha estaba muy lejos de <strong>la</strong> beatitud.<br />
Ya a los quince años estaba casada y a los dieciocho, divorciada. El<br />
marido <strong>la</strong> botó por dos razones. Primero, porque <strong>la</strong> niña había dejado<br />
de ser virgen mucho antes del matrimonio —esto lo dijo muchos años<br />
después—. Segundo, porque <strong>la</strong> simiente del pobre hombre no se reproducía<br />
en el surco de su adorable esposa. El hombre enterraba <strong>la</strong> semil<strong>la</strong><br />
en lo más profundo, <strong>la</strong> regaba, pero nunca brotaba el retoño anhe<strong>la</strong>do.<br />
El marido, de manera despiadada, bebiendo en un botiquín, <strong>la</strong> acusó de<br />
inútil de<strong>la</strong>nte los compinches. Es decir, que si seguía casado con María<br />
de lo Ángeles, no conocería descendencia y no tendría quien lo ayudara<br />
en <strong>la</strong>s arduas <strong>la</strong>bores de <strong>la</strong> pesca.<br />
El divorcio <strong>para</strong> María de los Ángeles no fue, en ningún momento,<br />
una pena. Nunca <strong>la</strong> vieron apesadumbrada por <strong>la</strong> se<strong>para</strong>ción. Parece ser<br />
que esta situación fue el disparo inicial de su carrera concupiscente. No<br />
crean que esta es una profesión universitaria, sino que <strong>la</strong> muchacha,<br />
viéndose liberada del castigo de <strong>la</strong> maternidad, dedicó su vida, de una<br />
manera desenfrenada, a <strong>la</strong> satisfacción de los apetitos sexuales. Crispinita<br />
y yo comentamos —puesto que sabía de ello— que <strong>la</strong> afición de <strong>la</strong><br />
joven por los p<strong>la</strong>ceres de <strong>la</strong> carne era desmedida.<br />
Las ma<strong>la</strong>s lenguas aseguraban, que en Agua de Vaca no había<br />
hombre mayor de quince años que no hubiese disfrutado de los p<strong>la</strong>ceres<br />
carnales en el dormitorio de <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> muchacha. A María, los ángeles <strong>la</strong><br />
habían abandonado.<br />
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