Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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porque creo que me estoy despidiendo. Comienzo a sentir los gusanos<br />
dentro de mí, corroyendo mis entrañas y ya casi veo cómo brotan <strong>la</strong>s<br />
margaritas y <strong>la</strong>s rosas de mi cuerpo.<br />
Yo, que no soy versado en eso de metáforas, me asusté; intuí que<br />
mi dómine francés estaba anunciando su despedida del mundo<br />
terrenal. No quise indagar más sobre sus sentimientos y sólo lo convidé<br />
a que me acompañara, ya que <strong>la</strong> noche nos podría tomar por sorpresa<br />
por estos <strong>para</strong>jes peligrosos.<br />
Les conté a los otros miembros de <strong>la</strong> comisión <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras dichas<br />
por el francés y como exegetas especialistas trataron de descifrar su<br />
metáfora. Algunos decían que el “mesié” estaba enamorado y quizás nos<br />
iba abandonar <strong>para</strong> contraer nupcias, cosa que impediríamos aunque<br />
fuera a <strong>la</strong> fuerza. Otro, que eso era un guayabo; <strong>la</strong> lengua f<strong>la</strong>mígera de<br />
una dama comentó que, simplemente el francés lo que estaba era borracho;<br />
yo so<strong>la</strong>mente lo entendí, tal como mi madre, como una admonición<br />
de <strong>la</strong> muerte.<br />
Todos los días veíamos cómo Idelfonso caminaba por <strong>la</strong>s calles del<br />
pueblo arrastrando los pies. No podíamos darle ninguna atención que<br />
lo sacara de <strong>la</strong> molicie que lo mantenía apagado. Ya casi no hab<strong>la</strong>ba; no<br />
hubo quien afirmara que todo esto era carencia de mujer, porque durante<br />
los muchos años que pasó el francés nunca se le conoció un amor.<br />
Por ello, <strong>la</strong>s viejas casamenteras del pueblo, en algún momento, se les<br />
ocurrió pre<strong>para</strong>r a algunas “señoritas de bien” <strong>para</strong> presentárse<strong>la</strong>, con <strong>la</strong><br />
intención, como dirían algunas —de cogerle cría— porque al francés<br />
valía <strong>la</strong> pena tenerle hijos, y que, <strong>para</strong> mejorar <strong>la</strong> raza.<br />
Fueron muchos los mimos y <strong>la</strong>s garatusas que <strong>la</strong>s “señoritas de bien”<br />
le prodigaron al francés, pero no consiguieron sacarlo de su abulia.<br />
Muchas de los habitantes de El Yunque acusaron a Bernarda Calzadil<strong>la</strong><br />
de echarle un mal de ojo al pobre francés, por despreciarle una de sus<br />
hijas. Otra ma<strong>la</strong> lengua de El Martillo, regó que nuestro culto francés<br />
sufría de anafrodisia. En esa oportunidad, no supe a lo que esa mujer se<br />
refería, luego descubrí que lo que quería decir, era que Idelfonso era<br />
impotente. Pobre francés, evidentemente que <strong>la</strong> raza humana tiene un<br />
comportamiento muy particu<strong>la</strong>r, por lo general reniega de quien en<br />
algún momento los trató de ayudar. No cabe duda, Idelfonso nos había<br />
ampliado nuestro panorama cultural. Muchas veces lo escuché hab<strong>la</strong>ndo<br />
sobre: <strong>la</strong> mezquita de Sa<strong>la</strong>dino, de <strong>la</strong>s pirámides de Egipto; de <strong>la</strong>s<br />
grandes catedrales del mundo: <strong>la</strong> de Colonia en Alemania, de Santiago<br />
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