Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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JNOSJ<br />
`ìÉåíçë é~ê~ Åçåí~ê<br />
Parecía que a <strong>la</strong> maestra Zunilde se le había agotado <strong>la</strong> capacidad<br />
<strong>para</strong> asombrarse. Ahora, era el<strong>la</strong> quien quería esconder detrás de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong><br />
sus zapatos nuevos llenos de polvo del camino, al com<strong>para</strong>rlos con<br />
detenimiento con <strong>la</strong>s desgastadas alpargatas que calzaban los enormes<br />
pies de Julián. Su mirada, era <strong>la</strong> de una sonámbu<strong>la</strong>, permanecía hipnotizada.<br />
De nuevo oyó una voz que le recordaba que estaba acompañada.<br />
—Maestra Zunilde, le repito, el autobús pasa de nuevo a <strong>la</strong>s siete<br />
de <strong>la</strong> noche pa’que regrese a <strong>la</strong> capital. Mire que peores son los otros.<br />
“Peores son los otros”, fue lo último que escuchó <strong>la</strong> joven directora.<br />
“Peores son los otros…”, repitió en voz baja, con sus ojos dirigidos<br />
hacia una cucaracha que pasaba por debajo de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>. Sin hacer el gesto<br />
de repugnancia que tanto le causaban estos animales farfulló:<br />
¿Qué puede ser peor de lo que estaba pasando? ¿Qué había hecho<br />
<strong>para</strong> que el Ministerio <strong>la</strong> enterrara en vida en este pueblo infernal? Y<br />
continuó, ahora, meditando en voz alta: “¿Qué puede ser peor que esta<br />
escue<strong>la</strong>, donde tengo que hacer maestra de cuatro mozalbetes, de secretaria<br />
y de paso de espanta murcié<strong>la</strong>gos?”.<br />
Julián, sabía lo que le estaba pasando por <strong>la</strong> cabeza a <strong>la</strong> joven directora.<br />
A manera de consuelo le indicó, en tono algo sosegado:<br />
—Su cuarto es aquel que se ve en el fondo, al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> letrina. Se lo<br />
acomodé esta mañana. Todos sabíamos que uté venía hoy —mientras<br />
Julián decía estas frases comenzó a levantarse de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>, moviendo sus<br />
pesados años, despidiéndose con estas últimas pa<strong>la</strong>bras—: Si uté quiere,<br />
maestra, pa’que no tenga que ir de noche a <strong>la</strong> letrina, puede comprarse<br />
una bacinil<strong>la</strong> en <strong>la</strong> bodega del viejo Monzón. Si no tiene dinero, no se<br />
preocupe, él fía. Ya le pagará cuando cobre su primer sueldo. Aquí le<br />
dejo unas ve<strong>la</strong>s pa’que se alumbre esta noche.<br />
El viejo Julián se fue lentamente arrastrando sus pesados pies y con<br />
ellos más de quinientos años de sufrimientos de estos pueblos. La maestra<br />
lo observaba desde <strong>la</strong> puerta, hasta que lo confundió con <strong>la</strong> oscuridad<br />
que comenzaba a mostrarse. También, a esta hora, empezaban a aparecer<br />
los candiles de <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>s encendidas de <strong>la</strong>s casas vecinas a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>.<br />
“En este pueblo de Barlovento <strong>la</strong>s noches son tan oscuras como <strong>la</strong> piel de<br />
sus habitantes”. En eso pensaba <strong>la</strong> nueva docente cuando vio alejarse a su<br />
amable anfitrión.<br />
La maestra Zunilde aprovechó los últimos vestigios de c<strong>la</strong>ridad<br />
<strong>para</strong> dar un recorrido por <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>. Dos cuartos con seis pupitres cada<br />
uno, dos escritorios destarta<strong>la</strong>dos con sus sil<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>tón, una cartelera