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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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Diálogos con el vividor<br />

Cuando se encendió <strong>la</strong> hoguera fúnebre, comenzaron a mezc<strong>la</strong>rse<br />

los restos de Idelfonso con <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas, se juntaron <strong>la</strong>s partícu<strong>la</strong>s de humo<br />

con <strong>la</strong>s del aire apuntando hacia el cielo, buscando el descanso final. No<br />

supimos si fue un mi<strong>la</strong>gro o una casualidad, pero cuando se inició <strong>la</strong><br />

humareda, buscando los lugares más altos del firmamento, comenzó a<br />

sop<strong>la</strong>r un viento intenso que venía del oriente y solo me quedó decirle a<br />

mi amigo como panegírico de despedida:<br />

—Maestro Idelfonso, <strong>la</strong> brisa está sop<strong>la</strong>ndo fuerte, pronto estarás<br />

en <strong>la</strong> Ciudad Luz, tal como l<strong>la</strong>mabas a tu amada París. Que en paz descanses<br />

y todos tus dioses te acojan en sus regazos.<br />

Las cenizas de nuestro amigo fueron recogidas y repartidas por<br />

igual en dos arcas, <strong>la</strong>s cuales reposan dignamente en los Ateneos de El<br />

Yunque y de El Martillo, como un homenaje al forjador de <strong>la</strong> paz y <strong>la</strong><br />

tranquilidad de estos dos pueblos.<br />

La muerte de Idelfonso no fue en vano. Una vez finalizados los<br />

actos mortuorios y recuperados del dolor que producía <strong>la</strong> ausencia del<br />

francés, se decidió, por unanimidad, que los habitantes de los dos pueblos<br />

firmaran de un armisticio, comprometiéndose a mantener <strong>la</strong> paz<br />

de por vida entre El Yunque y El Matillo. Alguien propuso, como un<br />

homenaje, que se colocara <strong>la</strong> destarta<strong>la</strong>da moto en un pedestal, en el<br />

mismo sitio donde el francés había dicho sus últimas pa<strong>la</strong>bras. Nuestro<br />

venerado maestro Idelfonso no había arado en el mar. Se colocó un<br />

bello cenotafio y en él una p<strong>la</strong>ca donde se leía: “En honor al maestro<br />

Idelfonso Corbiére, quien llegó tal como se fue y con ello logró <strong>la</strong> paz<br />

entre dos pueblos”.<br />

Pero no todo terminó allí. Varios años después que se habían realizado<br />

los actos mortuorios de Idelfonso, sucedió algo inesperado e inexplicable.<br />

Ambos pueblos quedaron atónitos cuando vieron llegar varios<br />

camiones militares; que por los uniformes de los ocupantes parecían<br />

extranjeros. En uno de estos venía una banda musical y se fueron<br />

bajando uno a uno frente al monumento del fallecido. A <strong>la</strong> voz de<br />

mando, uno de ellos sacó un papel y comenzó un baturrillo que nadie<br />

entendió. Daba <strong>la</strong> impresión, por <strong>la</strong> entonación del orador, de que se<br />

trataba de un panegírico en honor a quien se había evaporado por los<br />

aires. A continuación, <strong>la</strong> banda militar comenzó a interpretar un hermoso<br />

himno, que alguno de los conocedores de música lo identificó<br />

como La Marsellesa, el himno nacional de Francia. Finalizado esto le<br />

fueron rendidos honores militares, a quien había llegado a esta tierra y

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