Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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personas del mundo y por esto me siento feliz. La única razón por <strong>la</strong> que<br />
los he convocado es <strong>para</strong> decirles que me cansé de vivir y lo <strong>la</strong>mento por<br />
ustedes, por traerles mi desgracia —todos mirábamos con estupor cómo<br />
<strong>la</strong> voz de nuestro patrimonio viviente se iba opacando. Finalmente<br />
afirmó:<br />
«¿Cuánto le tememos a <strong>la</strong> muerte y cuánto deseamos dormir? ¿Acaso,<br />
estar dormido no es como sentirse difunto? Creo que tengo mucho<br />
sueño, gracias —de inmediato, una <strong>la</strong>situd se apoderó del galo y cayó<br />
sobre <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> que le había aproximado.<br />
Nadie dijo nada, sólo se escuchaba el silencio; el único vocabu<strong>la</strong>rio<br />
que retumbó después del derrumbe fue el visual. Nadie reaccionó y<br />
pienso que tardamos como un año —así lo sentí— en reanimarnos. Al<br />
final de ese año, me paré, colocándome muy cerca de Idelfonso y<br />
advertí que nuestro amigo no respiraba. En ese momento le dije a mis<br />
compañeros con un gran sentimiento:<br />
—Estimados amigos, el vividor se cansó de vivir. El francés acaba<br />
de fallecer.<br />
Todos notamos que Idelfonso traía en el bolsillo de <strong>la</strong> camisa un<br />
papel escrito. Lo tomé, lo leí y comprendí que era un mensaje que él por<br />
su debilidad no nos pudo comunicar. Entendí, que parte de lo escrito<br />
era el mismo agradecimiento que anteriormente nos había hecho y<br />
finalizaba, de su puño y letra: “Espero que mi defunción contribuya a<br />
un acercamiento entre el pueblo de El Yunque y El Martillo. Confío<br />
que en el futuro, los vientos de guerra no se respiren por estos pueblos.<br />
Que <strong>la</strong> paz y <strong>la</strong> armonía reinen en este lugar del Olimpo. Aspiro que<br />
mis restos sean cremados, <strong>para</strong> que el humo se eleve al cielo y se mezcle<br />
con el aire. Que en mi viaje hacia <strong>la</strong> eternidad muchas de esas partícu<strong>la</strong>s<br />
esparcidas lleguen a mi amada París”.<br />
Mi madre me decía que los hombres no lloran y en esa reunión<br />
había hombres bragados, probados en muchas actividades bravías; allí<br />
pude observar, con estupor, cómo de los ojos de mis compañeros brotaban<br />
lágrimas de dolor por <strong>la</strong> pérdida de un amigo.<br />
Las autoridades del pueblo dieron el permiso <strong>para</strong> <strong>la</strong> cremación de<br />
Idelfonso, junto con sus pocos bienes. Cuando colocamos el cadáver<br />
del francés sobre <strong>la</strong> pira funeraria comenzaron a escucharse los p<strong>la</strong>ñidos<br />
de <strong>la</strong>s mujeres, que, como el coro de un réquiem, acompañaría el alma<br />
del difunto hacia <strong>la</strong> anhe<strong>la</strong>da paz eterna.<br />
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