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Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'

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JTVJ<br />

Albanieves y los siete chiquitos<br />

cabo <strong>la</strong> gran fiesta de ga<strong>la</strong>. En ese lugar, se realizaría una dura competencia<br />

con <strong>la</strong>s otras jóvenes asistentes. Estaba segura, que al final el<strong>la</strong><br />

conseguiría <strong>la</strong> corona y conquistaría al príncipe Alicán, obligándolo a<br />

rendirse a sus encantos, <strong>para</strong> obtener de él <strong>la</strong> promesa de matrimonio.<br />

Una vez realizado el connubio, los ocho tendrían asegurado su<br />

futuro económico. No tenía <strong>la</strong> menor duda, necesitaba con urgencia<br />

mantener a los hombrecitos y pagar los cinco meses atrasados del<br />

alquiler del apartamento ubicado en <strong>la</strong> zona de c<strong>la</strong>se media alta. En ese<br />

hermoso nirvana vivían Albanieves y los siete querubines indocumentados,<br />

hermanos por <strong>la</strong> gracia de Dios y única razón de <strong>la</strong> existencia de<br />

<strong>la</strong> bel<strong>la</strong> Peralta.<br />

Al sonar <strong>la</strong> bocina de uno de los cinco carros del príncipe, todos<br />

imaginaron que era el chofer: el negrito con bigotes al que le faltaba un<br />

diente. Albanieves se despidió de los chiquitos mediante un ósculo en<br />

los cachetes de cada uno de ellos. Todos se apretujaron en <strong>la</strong> puerta con<br />

los ojos llorosos y rostro encendido, <strong>para</strong> despedir<strong>la</strong> y ver<strong>la</strong> partir con <strong>la</strong><br />

esperanza de una vida nueva.<br />

Cuando Albanieves comenzó a descender por <strong>la</strong>s escaleras, desde<br />

el quinto piso —puesto que el ascensor estaba dañado, porque el condominio<br />

no pagaba el mantenimiento del mismo—, hacía ciertas reflexiones<br />

en silencio. A medida que bajaba cada escalón recordaba, no sin<br />

preocupación, del retraso de tres meses que tenía en su período.<br />

Imaginaba a los hombrecitos enfrente de el<strong>la</strong>, apretujados en el sofá, en<br />

<strong>la</strong> misma posición de siempre. Sólo atinaba a pensar, <strong>para</strong> determinar <strong>la</strong><br />

responsabilidad de su pequeño pecado, en unas tiernas y dulces pa<strong>la</strong>bras:<br />

“tín marín cucara, macara títere fue”. Al que le correspondiera el<br />

“fue” sería el padre biológico del producto de un amor desinteresado.<br />

Fue así como Albanieves Peralta se dirigió en busca de <strong>la</strong> fama y de<br />

<strong>la</strong> gloria; debía ceñir sobre su cabeza una corona, aunque fuera de “miss<br />

amistad”, <strong>la</strong> cual llevaría con orgullo. Además, una promesa de matrimonio<br />

del príncipe Alicán, <strong>para</strong> <strong>la</strong> alegría de <strong>la</strong> urbanización de c<strong>la</strong>se<br />

media alta donde vivía, <strong>para</strong> el bienestar económico y social de los siete<br />

chiquitos indocumentados, hermanos por <strong>la</strong> gracia de Dios.

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