Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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una ubicación en alguna parte de mi cuerpo. En <strong>la</strong>s mañanas, antes de<br />
irme a <strong>la</strong> cama algunas preguntas me quitaban el sueño:<br />
«—¿Por qué no soy dueño de mi destino, si es que lo tengo? ¿Por<br />
qué es difícil descubrir el camino más conveniente sin temor a equivocarme?<br />
«Pero no lograba respuesta alguna. Dios o <strong>la</strong> naturaleza, nos ofrecen<br />
varias vías y por lo general escogemos <strong>la</strong> menos adecuada. Pareciera, que<br />
<strong>la</strong> fruta que más nos gusta es <strong>la</strong> que está en <strong>la</strong> rama más alta, <strong>la</strong> que nos<br />
cuesta agarrar y por lo general, cuando lleguemos a el<strong>la</strong> nos caeremos del<br />
árbol. No quería equivocarme, sabía, por los consejos adquiridos, que mi<br />
re<strong>la</strong>ción con Pigalle era imposible porque el<strong>la</strong> era parte del negocio y<br />
constantemente Isadora reforzaba <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de <strong>la</strong>s difuntas.<br />
«Cierta noche cerramos el burdel <strong>para</strong> celebrar el cumpleaños de<br />
Pigalle, quien con más edad, mantenía su belleza y su esbeltez. No se<br />
permitió a nadie que no fuera empleado asistir a <strong>la</strong> fiesta. La homenajeada<br />
apareció más imponente que nunca. Vestía un traje b<strong>la</strong>nco ceñido<br />
al cuerpo que contrastaba con el negro de su cabellera y el bermellón de<br />
sus bellos <strong>la</strong>bios, todo en perfecta armonía con el azul eléctrico de sus<br />
ojos. Isadora había comprado una bel<strong>la</strong> lencería <strong>para</strong> darle una función<br />
de ga<strong>la</strong> a <strong>la</strong> francesita.<br />
«El agasajo se desarrolló a <strong>la</strong> perfección, puesto que lo organizó<br />
Isadora como cronometrado por un reloj. Todo fue alegría, bebidas,<br />
comidas, mucho sentimiento y afecto de mi parte. El bai<strong>la</strong>rín nos asombró<br />
nuevamente, pudimos deleitarnos con una parte del ballet Giselle.<br />
Pigalle, quedó sorprendida ante <strong>la</strong> magnificencia de <strong>la</strong> interpretación;<br />
noté cómo sus ojos bai<strong>la</strong>ban al compás de <strong>la</strong> música y de los movimientos<br />
de Isadora. Después todo, el agasajo fue un sibarítico culto a<br />
Baco: comida, alcohol, humo y risas. Al final de <strong>la</strong> fiesta, noté con preocupación<br />
que el bai<strong>la</strong>rín se había retirado más temprano de lo común,<br />
luego de sostener una breve discusión con <strong>la</strong> francesita. Antes de que se<br />
dirigieran a sus alcobas, sentí <strong>la</strong> mirada penetrante de Pigalle y <strong>la</strong> indiferencia<br />
de Isadora. El alba y el crepúsculo se mezc<strong>la</strong>ron a <strong>la</strong> hora de levantarme<br />
y me sorprendió con una gran duda en mi alma.<br />
«Me levanté tarde por <strong>la</strong> resaca, casi a <strong>la</strong> hora de abrir el negocio;<br />
como era <strong>la</strong> costumbre de hacía muchos años, grité con voz sonora:<br />
«—¡Isadora, enciende <strong>la</strong>s candilejas! —volví a gritar hasta que<br />
me reventé y no apareció el bai<strong>la</strong>rín. Fue entonces cuando una de <strong>la</strong>s<br />
JONRJ<br />
Candilejas en El Paralelo