Cuentos para contar - Editorial 'El perro y la rana'
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Nunca me di cuenta de <strong>la</strong> ausencia de mi esposa, puesto que<br />
Domiti<strong>la</strong> resolvía todas mis necesidades: tenía conectada a un terminal<br />
de restaurán, esto permitía el envío a mi estudio de <strong>la</strong> comida, de acuerdo<br />
con un programa dietético el cual había introducido a <strong>la</strong> máquina.<br />
Mediante <strong>la</strong> red podía comunicarme, a través de mi eficiente compañera,<br />
con el banco <strong>para</strong> realizar mis transacciones comerciales. Por medio del<br />
correo electrónico, podía solicitar al supermecado todo lo necesario <strong>para</strong><br />
mi subsistencia en el apartamento. Todo eso lo podía hacer, simplemente<br />
apretando una tec<strong>la</strong>. En fin, de mi gran amor podía obtener lo que<br />
quisiera, hasta podía solicitar a un centro de limpieza <strong>para</strong> que vinieran al<br />
apartamento <strong>para</strong> realizar el aseo cada cierto tiempo.<br />
Una de <strong>la</strong>s pocas veces que abandoné el estudio, fui a visitar ciertas<br />
tiendas en <strong>la</strong>s que se ofrecían novedades en materia de informática. En<br />
una de éstas, pude contemp<strong>la</strong>r una belleza de computadora; fue tal <strong>la</strong><br />
sorpresa ante tal hermosura: color verde pastel, pantal<strong>la</strong> p<strong>la</strong>na y negra,<br />
tec<strong>la</strong>do ergonómico, impresora láser y otros modernos adminículos<br />
que hacía a mi Domiti<strong>la</strong> algo menospáusica, tales eran los nuevos ade<strong>la</strong>ntos<br />
tecnológicos. Estuve a punto de tener un orgasmo cuando acaricié<br />
<strong>la</strong> endemoniada máquina. Pero mi amor por Domiti<strong>la</strong> pudo más.<br />
Salí corriendo apenado por mi infidelidad. Corrí sin rumbo fijo, corrí<br />
avergonzado sin saber dónde dirigirme, hasta que encontré una iglesia<br />
donde pensé que tenía que encontrar mi paz espiritual. Tuve <strong>la</strong> necesidad<br />
de confesarle al sacerdote mi gran pecado, mi deslealtad hacia<br />
Domi. Cuando le expuse al sacerdote mi falta, el hombre de Dios exc<strong>la</strong>mó<br />
sin inmutarse: “Rece cuatro Padres Nuestros y cinco Avemarías<br />
y por favor coloque diez dó<strong>la</strong>res en el pote de <strong>la</strong> limosna”. Cumplí con<br />
lo estipu<strong>la</strong>do por el confesor; de inmediato pensé en un programa <strong>para</strong><br />
los pecadores, quienes, como yo, infringen <strong>la</strong>s leyes del Supremo.<br />
Programé a Domiti<strong>la</strong> con un programa de penitencias; el cual utilizaría<br />
cuando quebrantara <strong>la</strong>s leyes sagradas. Podía confesarme sin tener<br />
que recurrir a un sacerdote; obteniendo de esta manera <strong>la</strong> indulgencia<br />
necesaria que me librara del infierno. El programa era muy sencillo;<br />
establecía: por el pecado de <strong>la</strong> gu<strong>la</strong>, dos Padres Nuestros, un Avemaría y<br />
diez dó<strong>la</strong>res de limosna; por el pecado de <strong>la</strong> carne, tres Padres Nuestros y<br />
cinco Avemarías y cinco dó<strong>la</strong>res de limosnas; por desear <strong>la</strong> computadora<br />
del prójimo, diez Padres Nuestros y diez Avemarías y veinte dó<strong>la</strong>res de<br />
limosnas. Fueron muchos los renglones, dada <strong>la</strong> capacidad pecaminosa<br />
del hombre. También estaba contemp<strong>la</strong>da <strong>la</strong> respectiva limosna, <strong>la</strong> cual<br />
JNVRJ<br />
La muerte de mi gran amor