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SAN AGUSTIN. OBRAS

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comprarlos? ¿Quién podrá prestármelos?<br />

Con todo, es preciso destinar tiempo a esto y dedicar algunas horas a la salud del alma.<br />

Aparece una gran esperanza. La fe católica no enseña lo que pensábamos y, necios, le<br />

achacábamos. Sus doctores tienen por crimen atribuir a Dios figura humana, ¿y dudamos<br />

llamar para que se nos esclarezcan las demás cosas? Las horas de la mañana las<br />

empleamos con los discípulos, pero ¿qué hacemos de las otras? ¿Por qué no emplearlas en<br />

esto?<br />

Pero ¿cuándo saludar a los amigos poderosos, de cuyo favor tienes necesidad? ¿Cuándo<br />

preparar las lecciones que compran los estudiantes? ¿Cuándo reparar las fuerzas del<br />

espíritu con el abandono de los cuidados?<br />

19. "Piérdase todo y dejemos todas estas cosas vanas y vacías y démonos por entero a la<br />

sola investigación de la verdad. La vida es miserable, y la muerte, incierta. Si ésta nos<br />

sorprende de repente, ¿en qué estado saldríamos de aquí ? ¿Y dónde aprenderíamos lo<br />

que aquí descuidamos aprender? ¿Acaso más bien no habríamos de ser castigados por<br />

esta nuestra negligencia? Pero ¿qué si la muerte misma cortase y terminase con todo<br />

cuidado y sentimiento? También esto convendría averiguarlo. Mas ¡lejos que esto sea así!<br />

No inútilmente, no en vano se difunde por todo el orbe el gran prestigio de la autoridad de<br />

la fe cristiana. Nunca hubiera hecho Dios tantas y tales cosas por nosotros si con la muerte<br />

del cuerpo se terminara también la vida del alma. ¿Por qué, pues, nos detenemos en dar<br />

de mano a las esperanzas del siglo y consagrarnos por entero a buscar a Dios y la vida<br />

feliz?<br />

Pero vayamos despacio, que también estas cosas mundanas tienen su dulzura, y no<br />

pequeña, y no se ha de cortar con ellas a las primeras, pues sería cosa fea tener que<br />

volver de nuevo a ellas. He aquí que falta poco para que puedas obtener algún honorcillo;<br />

y ¿qué más se puede desear? Tengo abundancia de amigos poderosos, por medio de los<br />

cuales, en caso de apuro, puedo conseguir, al menos, una presidencia. Podré entonces<br />

casarme con una mujer que tenga algunos dineros, para que no sea tan gravoso el gasto<br />

para mí, con lo que pondría fin a mis deseos. Muchos grandes hombres, y muy dignos de<br />

ser imitados, se dieron al estudio no obstante estar casados."<br />

20. Mientras yo decía esto, y alternaban estos vientos, y zarandeaban de aquí para allí mi<br />

corazón, se pasaba el tiempo, y tardaba en convertirme al Señor, y difería de día en día 12<br />

vivir en ti, aunque no difería morir todos los días en mí. Amando la vida feliz temíala<br />

donde se hallaba y buscábala huyendo de ella. Pensaba que había de ser muy desgraciado<br />

si me veía privado de las caricias de la mujer y no pensaba en la medicina de tu<br />

misericordia, que sana esta enfermedad, porque no había experimentado aún y creía que<br />

la continencia se conseguía con las propias fuerzas, las cuales echaba de menos en mí,<br />

siendo tan necio que no sabía lo que está escrito de que nadie es continente si tú no se lo<br />

dieres 13 . Lo cual ciertamente tú me lo dieras si llamase a tus oídos con gemidos interiores<br />

y con toda confianza "arrojase en ti mi cuidado".<br />

CAPITULO XII<br />

21. Prohibíame Alipio de tomar mujer, diciéndome repetidas veces que, si venía en ello,<br />

de ningún modo podríamos dedicarnos juntos quieta y desahogadamente al amor de la<br />

sabiduría, como hacía mucho tiempo lo deseábamos. Porque él era en esta materia<br />

castísimo, de modo tal que causaba admiración; porque aunque al principio de su juventud<br />

había experimentado el deleite carnal, pero no se había pegado a él, antes se dolió mucho<br />

de ello y lo despreció, viviendo en adelante continentísimamente.<br />

Resistíale yo con los ejemplos de aquellos que, aunque casados, se habían dado al estudio<br />

de la sabiduría y merecido a Dios, y habían tenido y amado fielmente a sus amigos. Lejos<br />

estaba yo, en verdad de 'la grandeza de alma de éstos, y, prisionero de la enfermedad de<br />

la carne, arrastraba con letal dulzura mi cadena, temiendo ser desatado de ella y<br />

repeliendo las palabras del que me aconsejaba bien como se repele en una herida contusa<br />

la mano que quiere quitar las vendas.<br />

Por añadidura, la serpiente infernal hablaba por mi boca a Alipio y le tejía y tendía por mi<br />

lengua dulces lazos en su camino, en los que sus pies honestos y libres se enredasen.

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