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SAN AGUSTIN. OBRAS

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efutar cuantas ellos se han empeñado con obstinación en sostener sus<br />

errores, ya ves ¡cuán prolija, molesta e infructífera seria esta<br />

fatiga!, por lo cual ni tú propio -¡carísimo hijo mío Marcelino!- ni<br />

los demás a quienes nuestras penosas tareas serán útiles para<br />

conservaros en el amor y caridad de Jesucristo, gustaría fueseis<br />

jueces<br />

de mis obras, pues los incrédulos echan siempre de menos las<br />

respuestas, aunque oigan contradecir algún punto que hayan leído, y<br />

son como aquellas mujercillas de quienes dice él Apóstol .<br />

CAPITULO II<br />

De las materias que se han resuelto en el primer libro<br />

Habiendo comenzado a hablar en el libro anterior de la Ciudad de<br />

Dios, en cuya defensa (con el divino auxilio) he emprendido toda esta<br />

obra, decimos que, en primer lugar, se me ofreció responder<br />

con exactitud y extensión a los que imputan a la religión cristiana<br />

las crueles guerras con que es agitado el universo, y,<br />

principalmente, el último saqueo y destrucción que hicieron los<br />

bárbaros en<br />

Roma; no por otro motivo, sino porque prohíbe el culto de los<br />

demonios y sus nefarios sacrificios, debiendo antes atribuir a<br />

Jesucristo el que por reverencia a su santo nombre y contra el<br />

instituto de la<br />

guerra, les concedieron los godos lugares religiosos y capaces donde<br />

se pudiesen acoger libremente; quienes en muchas acciones que<br />

ejecutaron demostraron que no solamente habían honrado y<br />

respetado el culto debido al Salvador, sino también que, ocupados del<br />

temor, presumieron no era lícito ejecutar lo que permitía el derecho<br />

de la guerra. Con este motivo se ofreció la cuestión de por<br />

qué causa fueron comunes estos divinos beneficios a los impíos e<br />

ingratos y, asimismo, por qué los sucesos ásperos y lastimosos que<br />

acaecieron en la toma de la ciudad afligieron juntamente a los<br />

buenos y a los malos. Para dar cumplida solución a esta cuestión, que<br />

encierra otras varias (pues todo lo que ordinariamente observamos,<br />

así beneficios divinos como desgracias humanas, que los<br />

unos y los otros acontecen indiferentemente muchas veces a los que<br />

viven bien y mal, convenía, me he detenido algún le excitar los<br />

corazones de algunos incrédulos); para resolver, digo,<br />

especialmente para consolar a las mujeres santas y castas en quienes<br />

ejecutó con violencia el enemigo, y que no perdieron la prenda de la<br />

honestidad, aunque las lastimasen el pudor y empacho de<br />

presentarse después en público, pues así podía reducir seguramente a<br />

que no les pesase de vivir a las que no tenían culpa de qué<br />

arrepentirse. Después dije algunas cosas contra aquellos que se<br />

rebelan contra los cristianos incluidos en las expresadas<br />

calamidades, como también contra las mujeres virtuosas y honestas que<br />

padecieron fuerza, siendo así que ellos son torpes e infames por sus<br />

costumbres y conducta, en lo que degeneran de aquella decantada<br />

virtud romana, de donde se precian descender; y mucho más desdicen<br />

con sus obras de ser dignos sucesores de aquellos ínclitos<br />

romanos, de quienes refieren las historias acciones famosas, propias<br />

solamente de una virtud sólida y elevada; y lo que es más, han<br />

reducido a la antigua Roma (fundada gracias a la diligencia de los<br />

antiguos, fomentada y acrecentada con su industria y valor) a un<br />

estado más deplorable y abominable que cuando el enemigo la arruinó,<br />

porque en su ruinas cayeron solamente las piedras y los<br />

maderos, en la que éstos la han preparado han caído por tierra los<br />

más vistosos edificios y ornamentos, no de los muros, sino de las<br />

costumbres, haciendo más daño en sus corazones el ardor de<br />

sus sensuales apetitos que el fuego en los edificios de aquella<br />

ciudad; y con esto concluí el primer libro. Ahora expondré todas las<br />

calamidades que ha padecido Roma desde su fundación, así dentro,

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