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SAN AGUSTIN. OBRAS

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hace gran injusticia al maltratar en vano su templo? ¿Por qué andas con rodeos? ¿Por qué<br />

tantas dudas? Confiesa claramente lo que no puedes evitar reconocer; es decir, que este<br />

mal, sí, este mal que el hombre en su cuerpo, acardenalado a golpes, persigue, no es otro<br />

que aquel que hacía decir al Apóstol: Sé que nada bueno habita en mí, es decir, en mi<br />

carne 64 .<br />

¿Por qué niegas ser éste el clamor del bautizado, cuando conoces los frutos de este clamor<br />

en las torturas del cuerpo y en la corrupción de los miembros? Pues no son castigos que<br />

Dios inflija a los santos o que sufran por parte de sus enemigos; son penitencias que se<br />

imponen a sí mismos por amor a la continencia. ¿Por qué estos cilicios sino porque el<br />

espíritu lucha contra la concupiscencia de la carne? Y esto mismo lo experimentas tú, pues<br />

en la descripción que haces de la dicha futura añades y dices: "Nadie tendrá entonces<br />

necesidad de presentar su feliz impudencia a los ultrajes, ni sus mejillas a las bofetadas, ni<br />

sus espaldas a los azotes. Ni buscará su fuerza en la debilidad. Ni tratará de hermanar la<br />

frugalidad con la miseria, ni el optimismo con la tristeza". ¿Por qué no dijiste "Ni la<br />

concupiscencia de la carne con la castidad?" Pero te apresuras a concluir tu razonamiento,<br />

y dices: "Ni la paciencia con el dolor".<br />

Hablas sólo de los males que vienen de afuera y con valor se soportan, pero no del mal<br />

que se deja sentir dentro de nosotros y sólo con la castidad se reprime. ¿Nos arguyes,<br />

acaso, de torpeza porque no hemos comprendido que hablas de estos males cuando más<br />

arriba describes los trabajos y sufrimientos del cuerpo y la corrupción de los miembros?<br />

Porque, cuando un hombre vigoroso es maltratado no por un enemigo exterior, sino por él<br />

mismo, es que dentro hay un enemigo a vencer.<br />

47. Recuerda que aún no has explicado por qué el Apóstol, adoptado ya en las aguas de la<br />

regeneración, dice: Esperando la regeneración 65 . Y repites: Nadie tiene odio a su carne. ¿<br />

Lo niega alguien? Sin embargo, añades que es preciso amansarla a golpes de rigurosa<br />

disciplina. De nuevo hablas en favor de la verdad si quieres escucharte a ti mismo; ¿por<br />

qué los fieles disciplinan su carne, si después de su bautismo no hay en ellas nada que<br />

contraríe los deseos del espíritu? ¿Por qué se mortifica este templo de Dios, si en él no hay<br />

nada que resista al Espíritu de Dios? El mal reside en nosotros, y nos perjudica en gran<br />

manera si no hemos sido liberados de la esclavitud que nos atenaza por el perdón de los<br />

pecados. Se nos perdona la deuda que nos hacía culpables y se la tritura por la<br />

continencia, para que, debilitada, no salga vencedora en el combate. Se la doma para que<br />

no dañe, hasta que, sanada, deje de existir.<br />

Por tanto, en el bautismo se perdonan todos los pecados, el original y los que por<br />

ignorancia o advertencia hemos cometido. Dice Santiago, el apóstol: Cada uno es tentado<br />

por su concupiscencia, que le arrastra y seduce. Después, la concupiscencia, cuando ha<br />

concebido, pare el pecado 66 . Es evidente que en estas palabras distingue el apóstol entre<br />

preñez y parto. La concupiscencia concibe, el pecado es fruto del parto. Pero la<br />

concupiscencia no da a luz, sino concibe; ni concibe si antes no seduce; es decir, no<br />

obtiene el consentimiento de la voluntad para cometer el mal. Se lucha contra ella para<br />

que no conciba y dé a luz el pecado. En el bautismo se perdonan todos los pecados, es<br />

decir, todos los fetos de la concupiscencia, y si ésta se extingue, ¿por qué los santos, para<br />

impedir su preñez, combaten contra ella, por medio de la mortificación corporal, la<br />

disciplina de los miembros, la tortura de la carne? He citado tus palabras. ¿Por qué, digo<br />

yo, si la concupiscencia se apaga en el bautismo, luchan contra ella los santos con<br />

mortificaciones, disciplinas, privaciones? Permanece, pues; no la suprime el agua de la<br />

regeneración, si es que no hemos perdido el sentimiento que nos hace sentirla muy al<br />

vivo.<br />

48. ¿Quién hay tan imprudente, tan sinvergüenza, descarado, tozudo, obstinado y, por fin,<br />

tan insensato o loco que, confesando que es un mal el pecado, niega a continuación que la<br />

concupiscencia que concibe el pecado sea un mal, incluso si el espíritu, al luchar contra<br />

ella, no le permita concebir y parir el pecado? Un mal tan grande y que en nosotros habita,<br />

¿cómo no va a tener sujetos a la muerte a todos nosotros y arrastrarnos a la muerte<br />

eterna si estos lazos no fueran rotos en el bautismo por el perdón de los pecados que se<br />

nos otorga. Por eso, el nudo tuvo su origen en el primer Adán, y sólo puede ser desatado<br />

por el segundo Adán; y es a causa de este nudo de muerte que los niños mueren en su<br />

nacimiento; no por esta muerte que consiste en la separación del alma del cuerpo, sino<br />

por la muerte que a todos oprimía y por los que Cristo murió. Sabemos -dice el Apóstol, y<br />

nosotros con frecuencia lo repetimos- que uno murió por todos; luego todos murieron. Y

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