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SAN AGUSTIN. OBRAS

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trabajo, que escuchas mis confesiones y perdonas mis pecados!, puesto que me mandas<br />

que ame a mi prójimo como a mí mismo, no puedo creer de tu fidelísimo siervo Moisés<br />

que recibiese menos de tu don de lo que yo hubiera optado y deseado me concedieras a<br />

mí si hubiera nacido en el tiempo en que él nació y hubiera sido puesto en su lugar, para<br />

que por el ministerio de mi corazón y de mi lengua fuesen dispensadas aquellas Letras,<br />

que después habían de ser de tanto provecho a todos los pueblos y tanto habían de<br />

prevalecer en todo el orbe por su excelsa autoridad sobre las palabras de todas las falsas y<br />

soberbias doctrinas.<br />

Porque hubiera querido, si entonces fuera yo Moisés -ya que venimos todos de la misma<br />

masa 33 , y ¿qué es el hombre sino lo que tú acuerdas que sea? 34 -, hubiera querido, digo,<br />

si entonces fuera yo él y me hubieras encomendado escribir el libro del Génesis, que me<br />

hubiese sido dada tal facultad de hablar y tal manera de disponer mis palabras que<br />

aquellos que no pueden todavía comprender cómo Dios crea no rehusasen mis palabras<br />

como superiores a sus fuerzas, y los que ya lo pueden hallasen que, en cualquier sentencia<br />

verdadera que viniesen a dar con el pensamiento, no estaba excluida de estas breves<br />

palabras de tu siervo; y, finalmente, que si otro viese otra cosa distinta en la luz de la<br />

verdad ni aun esta misma dejase de ser comprendida en dichas palabras.<br />

CAPITULO XXVII<br />

37. Porque así como la fuente en un lugar reducido es más abundante -y surte de agua a<br />

muchos arroyuelos, que la esparcen por más anchos espacios- que cualquiera de los<br />

arroyuelos que a través de muchos espacios locales deriva de la misma fuente, así la<br />

narración de tu dispensador, que ha de aprovechar a muchos predicadores, de un pequeño<br />

número de palabras mana copiosos raudales de líquida verdad, de las que cada cual saca<br />

para sí la verdad que puede, esto éste, aquello aquél, para desenvolverlo después en<br />

largos rodeos de palabras.<br />

Porque hay algunos que cuando leen u oyen estas palabras imaginan a Dios como un<br />

hombre, o como un poder dotado de una masa enorme, que a consecuencia de un nuevo y<br />

repentino querer produjese fuera de él (el poder), como en lugares distantes, el cielo y la<br />

tierra, dos grandes cuerpos, el uno arriba y el otro abajo, en los que se hallaran<br />

contenidas todas las cosas; y cuando oyen: Dijo Dios. Hágase tal cosa y tal cosa fue<br />

hecha, piensan en palabras comenzadas y terminadas, que sonaron algún tiempo y que<br />

pasaron, después de cuyo tránsito comenzó al punto a existir lo que se ordenó que<br />

existiese. Y si por casualidad piensan alguna otra cosa por el estilo, opinan según la<br />

costumbre de la carne.<br />

En las cuales cosas, todavía como pequeños animales, mientras es llevada su flaqueza en<br />

este humildísimo género de palabras como en un seno materno, es edificada<br />

saludablemente su fe, a fin de que tengan por cierto y retengan que Dios ha hecho todas<br />

las naturalezas que sus sentidos contemplan en admirable variedad.<br />

Mas si alguno de ellos, como desdeñoso de la vileza de aquellas sentencias, con soberbia<br />

imbecilidad se sale fuera del nido en que se nutre, ¡ay!, caerá miserable; pero tú, ¡oh<br />

Señor Dios!, ten compasión de él, para que los transeúntes no pisoteen al pollo implume,<br />

y envía a tu ángel para que le reponga en el nido, a fin de que viva hasta que vuele.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

38. Pero hay otros para quienes estas palabras no son ya nido, sino cerrado plantel, en las<br />

que ven frutos ocultos, y vuelan gozosos, y gorjean buscándolos, y los arrancan.<br />

Porque, cuando leen u oyen estas palabras, ven, ¡oh Dios eterno!, que todos los tiempos<br />

pasados y futuros son superados por tu permanencia estable, que no hay nada en la<br />

creación temporal que tú no hayas hecho, y que, sin cambiar en lo más mínimo ni nacer<br />

en ti una voluntad que antes no existiera, por ser tu voluntad una cosa contigo, hiciste<br />

todas las cosas, no semejanza tuya sustancial, forma de todas las cosas, sino una<br />

desemejanza sacada de la nada, informe, la cual habría de ser luego formada por tu<br />

semejanza, retornando a ti, Uno, en la medida ordenada de su capacidad, cuanto a cada<br />

una de las cosas se le ha dado dentro de su género. Y así fueron hechas todas muy<br />

buenas; ya permanezcan junto a ti, ya-separadas por grados cada vez más distantes de<br />

lugar y tiempo -formen o padezcan hermosas variaciones. Ven estas cosas y se gozan en

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