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SAN AGUSTIN. OBRAS

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sino con un modo inefable suyo, aunque éste nos le<br />

declare a nuestro modo, porque la palabra soberana de Dios que<br />

precede a su obra es la razón inmutable de aquella su<br />

operación, cuya palabra no tiene sonido que haga estruendo o ruido, o<br />

que pase, sino una virtud que eternamente permanece<br />

y que obra temporalmente. Con ésta habla a los santos ángeles; pero a<br />

nosotros, que estamos lejos y como desterrados, nos<br />

habla de otra manera. Y cuando nosotros también venimos a sentir con<br />

el oído interior alguna especie semejante a este<br />

lenguaje, entonces nos acercamos a los ángeles.<br />

Así pues, no siempre he de dar razón en esta obra del lenguaje de<br />

Dios, porque la verdad inmutable o por sí misma<br />

inefablemente habla al espíritu de la criatura racional, o habla por<br />

alguna criatura mudable, o por vía de imágenes espirituales a<br />

nuestro espíritu, o por voces corporales al sentido, pues aquello que<br />

dice: «No desistirán de lo comenzado hasta que salgan con<br />

ellos», no lo dice afirmando, sino como preguntando; pues así suelen<br />

explicarse los que amenazan, como dijo Virgilio: «¿No se<br />

aprestarán las armas, no saldrá en su seguimiento toda la ciudad?» De<br />

esta manera debe entenderse, como si dijera: ¿acaso<br />

no desistirán de todo lo que han comenzado a hacer? Pero si lo<br />

decimos así, no se expresa y declara la persona que amenaza;<br />

y para los que son tardos de ingenio, añadimos la palabra «acaso»<br />

diciendo, «acaso no», porque no podemos escribir la voz<br />

como la pronuncia el que habla.<br />

De aquellos tres hombres, hijos de Noé, comenzó a haber en el mundo<br />

setenta y tres, o, como lo probará la razón,<br />

setenta y dos naciones y otro tantos idiomas; los cuales, creciendo y<br />

multiplicándose, llenaron y poblaron hasta las islas. Aunque<br />

se aumentó mucho más el número de las gentes que el de las lenguas,<br />

porque hasta es Africa conocemos muchas y diferente<br />

gentes bárbaras que hablan una misma lengua; y habiendo crecido los<br />

hombres y multiplicándose el linaje humano, ¿quién<br />

duda que pudieron pasar en navíos a poblar las islas?<br />

CAPITULO VII<br />

Si las islas, aun muy apartadas y desviadas de tierra firme,<br />

recibieron todo género de animales, de los que se salvaron<br />

en el Arca del Diluvio.<br />

Pero se ofrece una duda, y es: ¿cómo de toda aquella especie de<br />

animales, que no son domésticos ni están sometidos a<br />

la educación y cuidado del hombre, ni nacen, como las ranas, de la<br />

tierra, sino que se propagan y multiplican por la unión del<br />

macho y la hembra, cuales son los lobos y otros de esta clase, cómo<br />

después del Diluvio, en el cual perecieron todos lo que no<br />

se hallaron en el Arca, pudieron poblar también las islas, si no se<br />

multiplicaran más que de aquellos cuya especie, macho y<br />

hembra, se conservó en el Arca?<br />

Bien podemos creer que pudieron pasar a las islas nadando, aunque<br />

solamente a las más próximas; pero ha algunas tan<br />

distantes y apartadas de tierra firme, que parece imposible que<br />

ninguna bestia pudiese llegar a ellas a nado; y si los hombres<br />

las pasaron en su compañía, y de esta manera hicieron que las hubiese<br />

donde ellos vivían, no es increíble que lo hicieran por<br />

deseo y afición a la caza, aunque no se debe negar que pudieron pasar<br />

por mandato o permiso divino por medio de los<br />

ángeles.<br />

Aunque si en las islas adonde no pudieron pasar nacieron de la<br />

tierra, según el origen primero, cuando dijo Dios:<br />

«Produzca la tierra animales vivientes», más claramente se advierte<br />

que, no tanto por conservar los animales como por causa<br />

del Sacramento y ministerio de la Iglesia, que había de ser compuesta<br />

de toda clase de naciones, hubo en el Arca todos los gé-

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