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SAN AGUSTIN. OBRAS

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alguno tan ignorante que se persuada que nos quiso el profeta vender<br />

por un admirable arcano que se durmió y se levantó si<br />

este sueño no fuera la muerte y el despertar no fuera la<br />

resurrección, la cual convino que, por este término, se profetizara<br />

de<br />

Cristo? Porque aun en el Salmo 40 se nos declara este vaticinio más<br />

expresamente donde, en nombre del Medianero, según su<br />

costumbre, se nos refieren como sucesos pasados las que se profetizan<br />

que han de suceder, porque los que habían de suceder<br />

en la predestinación y presciencia de Dios ya eran como hechos,<br />

porque eran ciertos e infalibles: «Mis enemigos, dice, me<br />

echaban maldiciones diciendo: ¿Cuándo le llegará la muerte y perecerá<br />

su nombre? Si alguno venía a visitarme me hablaba fingidamente<br />

e iba recogiendo en su corazón falsedades y mentiras, y al<br />

salir fuera las comunicaba con otros que me tenían la<br />

misma voluntad. Todos mis enemigos hacían conventículos, murmuraban<br />

de mí y trazaban contra mí todo el mal que podían. En<br />

una cosa bien injusta e inicua resolvieron contra mí. ¿Por ventura el<br />

que duerme no podrá levantarse?» Verdaderamente que<br />

estas palabras están de tal forma descubiertas que parece no ha<br />

querido decir otra cosa que si dijera: ¿Acaso el que muere no<br />

podrá revivir y resucitar? Porque las palabras precedentes nos<br />

muestran que sus enemigos le maquinaron y trazaron la<br />

muerte, y que esto se ejecutó por medio de aquel que entraba a verle<br />

y visitarle y salía a venderle. ¿Habrá alguno a cuya<br />

imaginación no se presente que éste es Judas, que, de discípulo, se<br />

transformó en traidor? Porque habían de poner por obra lo<br />

que maquinaban, quiero decir, que le habían de crucificar y quitar<br />

afrentosamente la vida; para manifestar que con su vana<br />

malicia en vano darían la muerte al que había de resucitar, añadió<br />

este versículo, como si dijera: ¿Qué hacéis, necios? Toda<br />

vuestra iniquidad vendrá a parar en mi sueno, en que yo me duerma. «¿<br />

Acaso el que duerme no podrá levantarse?» Y, sin<br />

embargo, en los versos siguientes nos hace ver que tan execrable<br />

crimen no había de quedar sin el merecido castigo, diciendo:<br />

«Y aquel que era mi amigo en quien yo confiaba, el que comía mi pan a<br />

mi mesa, levantó contra mí su planta»; esto es, me holló<br />

y pisó; «pero tú, Señor, dice, ten misericordia de mí y resucítame y<br />

yo les daré su pago».<br />

¿Quién hay que pueda ya negar este vaticinio viendo a los judíos<br />

después de la pasión y resurrección de Cristo<br />

expulsos y desarraigados totalmente de su asiento con el rigor y<br />

estragos de la guerra? Porque habiéndole muerto, resucitó, y<br />

en el ínterin les dio una instrucción y corrección temporal, además<br />

de la que reserva a los que no se enmendaren cuando<br />

vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.<br />

El mismo Jesucristo, Señor nuestro, declarando a los apóstoles el<br />

traidor que le vendía, a pasar del bocado de pan que<br />

le daba, refirió también este verso del mismo Salmo, y dijo que se<br />

cumplió en él: «El que comía mi pan conmigo a mi mesa<br />

levantó sobre mi el carcañal.»<br />

Lo que dice: «En quien tenía puesta mi confianza», no corresponde a<br />

la cabeza, sino al cuerpo, puesto que no dejaba<br />

de conocerle el mismo Salvador, pues poco antes había dicho de él:<br />

«Uno de vosotros es diablo calumniador y traidor.» Pero<br />

suele transferir a su persona y atribuirse lo que es propio de sus<br />

miembros; porque cabeza y cuerpo es un solo Jesucristo, y de<br />

aquí la expresión del Evangelio: «Cuando tuve hambre me diste de<br />

comer.» Aclarándola más, dice: «Cuando esto hiciste con<br />

uno de los más ínfimos de los míos, conmigo lo hiciste.» Dijo, pues,<br />

de sí que confió y esperó lo que esperaban y confiaban de<br />

Judas sus discípulos cuando le admitió en el número de los apóstoles.<br />

El Cristo que esperan los judíos, no creen que ha de morir, y por eso<br />

el que nos anunciaron la ley y los profetas no<br />

imaginan que es el nuestro, sino el suyo, de quien dan a entender que<br />

no puede padecer muerte y Pasión, y así, con

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