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SAN AGUSTIN. OBRAS

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XXI. 24. "A Maximiano -dice-, émulo de la fe, corruptor de la verdad, enemigo de la<br />

madre Iglesia, ministro de Datán, Coré y Abirón, lo lanzó del seno de la paz el rayo de<br />

nuestra sentencia". Por consiguiente, si alguno hubiera comunicado a sabiendas con éste<br />

un solo día, ¿no se contaminaría, según aquella severidad vuestra tan rebosante de<br />

jactancia, con mal tan grande, hasta el punto de hacerse igual a él?<br />

¿Qué fueron, pues, o qué llegaron a ser por eso los que no sólo se acercaron al altar con<br />

él, sino que, erigidos los altares, tras ordenarle obispo, le enfrentaron a vuestro Primiano?<br />

Pero ¿por qué hacerte preguntas sobre esto? Que hable la misma sentencia, cuyas<br />

palabras lanzan tal resplandor que, aunque quisierais esconderla, penetra con su<br />

deslumbrante esplendor en los más tenebrosos escondrijos.<br />

Veamos con qué fragor de condena irrumpe contra los compañeros de Maximiano.<br />

La sentencia incluye también a sus consagrantes<br />

XXII. 25. "No es sólo a éste -dice- a quien condena la muerte justa que origina su<br />

crimen; esa cadena del sacrilegio arrastra también a muchísimos a la participación en el<br />

crimen; de ellos está escrito: Veneno de áspides hay bajo sus labios, su boca rebosa<br />

maldición y acritud. Rápidos son sus pies para verter sangre; desolación y miseria hay en<br />

sus caminos, no han conocido la senda de la paz". Luego la sentencia cita nominalmente a<br />

todos los consagrantes de Maximiano, entre los cuales están también estos dos de que<br />

trato, Feliciano y Pretextato, y añade lo que hicieron para que se dijeran cosas tan duras<br />

contra ellos: "Quienes con una obra funesta de perdición han formado un vaso inmundo de<br />

un amasijo de fango", queriendo dar a entender que ellos mismos asistieron, ellos mismos<br />

ordenaron a Maximiano imponiéndole las manos; y añade, asimismo, sobre los clérigos de<br />

Cartago: "También han sido condenados los que fueron algún día clérigos de la Iglesia de<br />

Cartago, quienes, presenciando el crimen, han servido de alcahuetes a este ilícito incesto".<br />

Situación real de Feliciano y Pretextato<br />

XXIII. 26. Yo te pregunto, Cresconio, ¿he exagerado yo algo con mis palabras este<br />

crimen? Si lo hubiera querido, quizá no me hubieran faltado, si no las mismas palabras,<br />

otras cualesquiera más que suficientes. Te pregunto, pues: Antes de pasar a la concordia<br />

de vuestra comunión estos dos de quienes trato, colocados en aquella cadena de<br />

sacrilegio, bajo cuyos labios estaba el veneno de áspid, con la boca llena de maldición y<br />

amargura, con los pies dispuestos al derramamiento de sangre, ¿cómo bautizaron? ¿Se<br />

encontraba en ellos la conciencia del que da santamente para que purificara la de los que<br />

lo reciben? ¿Acaso los recomendaba la buena aunque falsísima opinión pública sobre ellos,<br />

que en aquellas dificultades te suministró a ti no una salida para escapar, sino para<br />

precipitarte, si precisamente el insigne concilio los declara reos de célebre crimen? Cuando<br />

volvieron después, antes del plazo fijado, según creíste a vuestros obispos que contaban<br />

falsedades, ¿cómo los reciben en sus honores con aquellos que, situados con Maximiano<br />

fuera de la Iglesia, habían bautizado en la cadena del sacrilegio cismático? ¿Cómo expían<br />

un sacrilegio de tal categoría? ¿Cómo se ven desatados de aquella cadena? ¿Cómo son<br />

purificados sus labios y su boca del veneno de áspides, de la maldición y de la amargura?<br />

¿Cómo se lavan sus pies del derramamiento de sangre espiritual que emprendieron con<br />

rapidez? ¿Cómo se limpian sus manos de la obra funesta de perdición, cómo se purifica del<br />

ilícito incesto, no los miembros de su cuerpo, sino el afecto del alma?<br />

Reconocimiento de hecho de la doctrina católica<br />

XXIV. 27. Por supuesto, para defender esta causa, queráis o no queráis, os veis forzados<br />

a acudir a la protección de la verdad; ella os dice que el bautismo de Cristo, dado no sólo<br />

por los malos ocultos, sino también por los manifiestos, no sólo por los convertidos, sino<br />

también por los perversos, tiene la inquebrantable solidez de su fuerza, y que puede<br />

encontrarse en ellos, pero no aprovecha sino a los corregidos; y que los corregidos pueden<br />

ser expiados por las oraciones fraternas gracias a la caridad que cubre la multitud de los<br />

pecados.<br />

Veamos: antes que te demuestre con qué impudor te han mentido vuestros obispos sobre<br />

el recibimiento de los maximianistas ateniéndome a su mentira y a tu relato, pienso que<br />

no debes investigar si vuestra causa está superada, sino reconocerlo, y que no debes<br />

preparar una réplica, sino pensar más bien en la enmienda. Pues tú ves al menos ahora

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