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SAN AGUSTIN. OBRAS

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triunfar de estos enemigos que no cesan de combatirnos. No están fuera de nosotros; son<br />

vicios nuestros, pasiones nuestras que hemos de frenar, encadenar, sanar; pero, mientras<br />

se curan, males nuestros son. Y, si pierden virulencia a medida que progresamos en la<br />

virtud, no desaparecen del todo mientras vivimos en la tierra. Cesarán, sí, por completo<br />

cuando el alma piadosa parta de este mundo, y ya no revivirán en un cuerpo resucitado.<br />

Retorno a San Ambrosio<br />

IV. 8. Retornemos a San Ambrosio. "La carne -dice- de Pablo era cuerpo de muerte, como<br />

él mismo lo grita: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" 18 Así lo entendieron<br />

también Ambrosio, Cipriano, Gregorio, sin mencionar otros doctores de no menor<br />

autoridad. A esta muerte se le podrá decir al final de los tiempos: ¿Dónde está, muerte, tu<br />

agresividad? 19 Pero ésta es la gracia de los regenerados, no la de los engendrados.<br />

Porque, como añade San Ambrosio, "la carne de Cristo condenó el pecado, que él no pudo<br />

cometer en su nacimiento y muriendo crucificó". Al nacer no lo sintió en sí, al morir lo<br />

crucificó en nosotros. Por eso, la ley del pecado, en guerra contra la ley del espíritu,<br />

habitaba en los miembros del gran apóstol Pablo y se perdona en el bautismo, no<br />

desaparece. El cuerpo de Cristo estuvo exento de esta ley de la carne que codicia contra la<br />

ley del espíritu, porque la Virgen concibió sin estar sujeta a dicha ley. Pero, a excepción de<br />

María, ninguna otra mujer ha concebido sin estar sometida a esta ley, y, por eso, ningún<br />

hombre, excepto Cristo, está exento, en su primer nacimiento, de esta ley de la carne que<br />

combate contra la ley del espíritu.<br />

Por esta razón, el venerable Hilario no tiene reparo en decir: "Toda carne viene del<br />

pecado". ¿Niega por esto que sea Dios autor de esta carne? Cuando decimos que la carne<br />

viene de la carne y que la carne viene del hombre, ¿negamos que venga de Dios? Viene,<br />

sí, de Dios, porque Dios la creó; viene del hombre, porque el hombre la engendra; viene<br />

del pecado, porque el pecado la corrompió. Mas Dios, que engendró un Hijo a él coeterno,<br />

pues en el principio existía ya la Palabra, por la que creó todo lo que no existía, creó en la<br />

persona de su Hijo, al hombre sin defecto, haciéndole nacer en el seno de una virgen, sin<br />

concurso de varón. Por él es el hombre regenerado después de su nacimiento; sana las<br />

heridas que le hacían culpable y, paulatinamente, la flaqueza que le queda.<br />

Contra esta flaqueza del hombre regenerado, si tiene ya uso de razón, ha de luchar sin<br />

desmayo, como en combate que sostiene bajo la mirada y protección del Señor, porque la<br />

fuerza brilla en la debilidad 20 . Y esto acaece cuando lo que en nosotros se aparta de la<br />

justicia es combatido por lo que en nosotros progresa hacia la justicia; para que en<br />

sucesivos avances, al triunfar, nuestro ser se mejore y no se deje, derrotado, resbalar por<br />

la pendiente del pecado. El niño, como aún no tiene uso de razón, no puede tomar parte,<br />

por propia iniciativa, ni en el bien ni en el mal; sus pensamientos no se inclinan a una u<br />

otra parte.<br />

La razón, bien natural, y el mal del pecado de origen están en ellos como adormecidos;<br />

pero, a medida que los años avanzan y la razón se despierta, viene el mandato y revive el<br />

pecado. Y es entonces cuando, si son vencidos en el combate, serán condenados, y, si<br />

triunfan, serán salvos. No quiere esto decir que estarán libres de toda pena, aunque el<br />

niño abandone esta vida antes de despertarse el mal en él agazapado, porque el reato de<br />

este mal se contrae por generación y lo hace criminal, a no ser que por el sacramento de<br />

la regeneración se le perdone. Por esta causa son bautizados los niños, y no sólo para que<br />

puedan disfrutar de los bienes del reino de Cristo, sino para verse libres del reino de la<br />

muerte. Y eso sólo es posible "por aquel que en su carne condenó el pecado y en él no<br />

hizo presa al nacer, mas con su muerte lo crucificó; y así, por gracia, hizo florecer en<br />

nuestra carne la justicia, donde antes, por el pecado, reinaba la inmundicia".<br />

9. En estas palabras de San Ambrosio vemos claro que el diablo no creó al hombre por<br />

bondad, pero sí lo vició con su malicia; que el mal de la concupiscencia no priva de su<br />

bondad al matrimonio; que en el sacramento del bautismo no queda sin lavar mancha<br />

alguna; que Dios no es injusto si, por ley de justicia, condena al que es culpable por ley<br />

del pecado, aunque esta ley, bajo cuyo imperio nace el hombre, no pueda hacer culpables<br />

a los renacidos en Cristo. Y, si es verdad que la virtud se perfecciona en la flaqueza, no<br />

podemos perder la esperanza de alcanzarla, pues la carne de Cristo, que condena y<br />

crucifica en su muerte lo que él no conoció, nos comunica, por gracia, la justicia, y en una<br />

carne donde antes reinaba el pecado.

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