09.05.2013 Views

SAN AGUSTIN. OBRAS

SAN AGUSTIN. OBRAS

SAN AGUSTIN. OBRAS

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

22. Porque como se admirase de que yo, a quien no tenía en poco, estuviese tan apegado<br />

con el visco de aquel deleite, hasta afirmar, cuantas veces tratábamos entre nosotros de<br />

esto, que yo no podía en modo alguno llevar vida célibe, diciéndole para defenderme, al<br />

verle a él admirado, que había mucha diferencia entre lo que él había experimentado -tan<br />

arrebatada y furtivamente que ya apenas se acordaba de ello, y que, por lo mismo, podía<br />

despreciarlo sin molestia alguna- y los deleites de mi costumbre, a los que, si juntase el<br />

honesto nombre de matrimonio, no debería admirarse por qué yo no quería despreciar<br />

aquella vida, comenzó también él a desear el matrimonio, no vencido ciertamente por el<br />

apetito de tal deleite, sino de la curiosidad. Porque decía que deseaba saber qué era<br />

aquello, sin lo que mi vida-que a él agradaba tanto-no me parecía vida, sino tormento.<br />

Pasmábase, en efecto, su alma, libre de tal vínculo, de mi servidumbre, y pasmándose iba<br />

entrando en deseos de querer experimentarla, para caer tal vez después en aquella<br />

servidumbre que le extrañaba, porque quería.pactar con la muerte 14 , y el que ama el<br />

peligro caerá en él 15 .<br />

Ciertamente que ni a él ni a mí nos movía sino muy débilmente aquello que hay de<br />

decoroso y honesto en el matrimonio, como es la dirección de la familia y la procreación<br />

de los hijos; sino que a mí, cautivo, me atormentaba en gran parte y con vehemencia la<br />

costumbre de saciar aquella mi insaciable concupiscencia y a él le atraía a la esclavitud la<br />

admiración. Así éramos, Señor, hasta que tú, ¡oh Altísimo!, no desamparando nuestro<br />

lodo, te dignaste socorrer, compadecido, a estos miserables por modos maravillosos y<br />

ocultos.<br />

CAPITULO XIII<br />

23. Instábaseme solícitamente a que tomase esposa. Ya había hecho la petición, ya se me<br />

había concedido la demanda, sobre todo siendo mi madre la que principalmente se movía<br />

en esto, esperando que una vez casado sería regenerado por las aguas saludables del<br />

bautismo, alegrándose de verme cada día más apto para éste y que se cumplían con mi fe<br />

sus votos y tus promesas.<br />

Sin embargo, como ella, así por ruego mío como por deseo suyo, te rogase con fuerte<br />

clamor de su corazón todos los días de que le dieses a conocer por alguna visión algo<br />

sobre mi futuro matrimonio, nunca se lo concediste. Veía, sí, algunas cosas vanas y<br />

fantásticas que formaba su espíritu, preocupado grandemente con este asunto, y me lo<br />

contaba a mí no con la seguridad con que solía cuando tú realmente le revelabas algo,<br />

sino despreciándolas. Porque decía que no sé por qué sabor, que no podía explicar con<br />

palabras, discernía la diferencia que hay entre una revelación tuya y un sueño del alma.<br />

Con todo, insistíase en el matrimonio y habíase pedido ya la mano de una niña que aún le<br />

faltaban dos años para ser núbil; pero como era del gusto, había que esperar.<br />

CAPITULO XIV<br />

24. También muchos amigos, hablando y detestando las turbulentas molestias de la vida<br />

humana, habíamos pensado, y casi ya resuelto, apartarnos de las gentes y vivir en un ocio<br />

tranquilo. Este ocio lo habíamos trazado de tal suerte que todo lo que tuviésemos o<br />

pudiésemos tener lo pondríamos en común y formaríamos con ello una hacienda familiar,<br />

de tal modo que en virtud de la amistad no hubiera cosa de éste ni de aquél, sino que de<br />

lo de todos se haría una cosa, y el conjunto sería de cada uno y todas las cosas de todos.<br />

Seríamos como unos diez hombres los que habíamos de formar tal sociedad, algunos de<br />

ellos. muy ricos, como Romaniano, nuestro conmunícipe, a quien algunos cuidados graves<br />

de sus negocios le habían traído al Condado, muy amigo mío desde niño, y uno de los que<br />

más instaban en este asunto, teniendo su parecer mucha autoridad por ser su capital<br />

mucho mayor que el de los demás. Y habíamos convenido en que todos los años se<br />

nombrarían dos que, como magistrados, nos procurasen todo lo necesario, estando los<br />

demás quietos. Pero cuando se empezó a discutir si vendrían en ello o no las mujeres que<br />

algunos tenían ya y otros las queríamos tener, todo aquel proyecto tan bien formado se<br />

desvaneció entre las manos, se hizo pedazos y fue desechado.<br />

De aquí vuelta otra vez a nuestros suspiros y gemidos y a caminar por las anchas y<br />

trilladas sendas del siglo 16 , porque había en nuestro corazón muchos pensamientos, mas<br />

tu consejo permanece eternamente. Y por este consejo te reías tú de los nuestros y

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!