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SAN AGUSTIN. OBRAS

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dónde la destrucción de las costumbres. ¿Quién le dijo o le pudo<br />

inspirar, sino el espíritu diabólico, tan vana y manifiesta mentira<br />

como la de que a los demonios, que prohiben adorar los Hebreos, los<br />

cristianos antes lo reverencian que aborrecen? Al<br />

contrario, el Sumo Dios, a quien adoraron los sabios de los hebreos,<br />

aun a los ángeles del cielo y virtudes de Dios (a quienes<br />

como ciudadanos, en esta nuestra peregrinación mortal, respetamos y<br />

amamos), nos veda que les sacrifiquemos, notificándolo<br />

rigurosamente en la ley que dio a su pueblo hebreo, e intimándonos<br />

con terribles amenazas «que el que sacrificare a los dioses<br />

perderá la vida». Y para que ninguno entendiese que la ley mandaba<br />

que no sacrificasen a los demonios pésimos y espíritus<br />

terrenos, a quien éste llama mínimos o menores (porque también a<br />

éstos en las Escrituras Santas los llaman dioses, no de los<br />

hebreos, sino de los gentiles, lo cual con toda claridad lo pusieron<br />

los setenta intérpretes en el Salmo, diciendo «que todos los<br />

dioses de los gentiles son demonios»), pata que ninguno, repetimos,<br />

pensase que la ley prohibía sacrificar a estos demonios<br />

terrenos, pero que lo permitía a los celestiales, a todos, o a<br />

algunos, seguidamente añadió «sino a Dios solo»; esto es: sino<br />

solamente a Dios; porque no piense acaso alguno que la frase a Dios<br />

sólo s entiende el Dios Sol a quien se debe sacrificar, y<br />

que no deba entenderse así se ve bien claro en el texto griego.<br />

El Dios de los hebreos, a quien honra con relevante testimonio este<br />

ilustre filósofo, dio ley a su pueblo hebreo escrita en<br />

idioma hebreo, cuya ley no es oscura ni desconocida, sino que está<br />

esparcida ya y divulgada por todas las naciones, y en ella<br />

esta escrito: «Que el que sacrificare a los dioses y no sólo a Dios,<br />

morirá indispensablemente.» ¿Qué necesidad hay de qué en<br />

esta ley y en sus profetas andemos a caza de muchas particularidades<br />

que se leen a este propósito, pero que digo yo andar a<br />

caza, pues que no son dificultosas ni raras, sino que andemos<br />

recogiendo las fáciles, y que se ofrecen a cada paso, y las<br />

pongamos en este discurso, para los que ven más clara que la luz que<br />

el sumo y verdadero Dios quiso que á ninguno otro se<br />

ofreciesen sacrificios que al mismo Dios y Señor? Ved, pues, a lo<br />

menos esto, que brevemente, o por mejor decir,<br />

grandiosamente con amenaza, pero con verdad, dijo aquel Dios, a quien<br />

los más doctos que se conocen entre ellos celebran<br />

con tanta excelencia; óiganlo, témanlo, obedézcanlo, porque los<br />

desobedientes no les comprenda la pena y amenaza de<br />

muerte: «El que sacrificare -dice- a los dioses y no solamente a<br />

Dios, morirá.» No porque el Señor necesite de nadie, sino<br />

porque nos interesa el ser cosa suya. Así se canta en la Sagrada<br />

Escritura de los hebreos: «Dije al Señor: tú eres mi Dios,<br />

porqué no tienes necesidad de mis bienes.» Y el sacrificio más<br />

insigne y mejor que tiene este Señor somos nosotros mismos.<br />

Esto mismo es su ciudad, y el misterio de este grande asunto<br />

celebramos con nuestras oblaciones, como lo saben los fieles, así<br />

como lo hemos ya visto en los libros anteriores. Los oráculos del<br />

cielo declararon a voces por boca de los profetas hebreos que<br />

cesarían las víctimas ofrecidas por los judíos. en sombra de lo<br />

futuro, y las naciones, desde donde nace hasta donde se pone el<br />

sol, ofrecerían un solo sacrificio, como observamos ya que lo<br />

practican. De estos oráculos hemos citado algunos, cuantos<br />

parecieron bastantes, y los hemos ya insertado en esta obra. Por<br />

tanto, donde no hubiere la justicia, de que según su gracia, un<br />

solo y sumo Dios mande a la ciudad que le esté obediente, no<br />

sacrificando a otro que al mismo Dios, y con esto en todos los<br />

hombres de esta misma ciudad, obedientes a Dios, con orden legitimo,<br />

el alma mande al cuerpo y la razón a los vicios, para que<br />

todo el pueblo viva, se sustente y posea la fe como vive y la posee<br />

un justo que obra y se mueve con el amor y caridad con<br />

que el hombre ama a Dios como se debe y a su prójimo como a sí mismo;<br />

donde no hay esta justicia, repito, sin duda que no<br />

hay congregación de hombres, unida por la conformidad en las leyes y

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