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SAN AGUSTIN. OBRAS

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que descubra un bien donde abundan tantos males? Desde sus orígenes, la carne en<br />

nuestros primeros hombres se muestra de una pésima condición y de una naturaleza muy<br />

mala. Luego un Dios bueno no pudo crear una naturaleza tan mala. ¿Qué podemos hacer<br />

si no es confesar que uno es el creador del alma y otro el creador del barro?<br />

Aquí tienes, en pie de guerra, al ejército de Manés, cuyo papel asumí. Comprendes nuestra<br />

táctica; es decir, aquel que es su adversario lo va a demostrar en la siguiente<br />

impugnación. Pon tu dogma en conflicto con el suyo; veréis si puede resistir el más leve<br />

empujón sin derrumbarse. Proclama Manés culpables no sólo a los que nacen de la unión<br />

de los cuerpos, sino al mismo Adán, que tenía en sus entrañas algo sórdido al ser formado<br />

del limo de la tierra. La naturaleza carnal, dice, era en los primeros hombres mala; y,<br />

cuando se enciende en su alma una centella de virtud, la empapa y apaga. Es, pues, una<br />

locura, por parte de los católicos, apoyarse en el testimonio de los pecadores y no en la<br />

experiencia. Lo ven, no hacen el bien que quieren, sino el mal que detestan; y, a pesar de<br />

esto, creen que la carne no sufre la necesidad del mal.<br />

Si puede, responda el traducianista a estos ataques tan fuertes; yo asistiré como<br />

espectador y aguardo el fin de vuestra pelea. ¿Qué responderás al que jura que la<br />

naturaleza fue mala en el mismo hombre primero? Sin duda, replicarás que Dios creó al<br />

hombre, y no pudo hacer obra mala cuando lo creó; y como Dios no hace obra mala e hizo<br />

al hombre, se sigue que no es mala su naturaleza. Has dicho verdad; pero repara si<br />

puedes hablar así en mi presencia. No siento inquietud porque combatas el maniqueísmo;<br />

en esto estás a mi lado. Has sido conquistado, y me siento feliz del triunfo que me<br />

proporcionas; aplaudo tu profesión de fe y te ruego no la olvides. Por consideración a la<br />

dignidad del autor, es decir, de Dios, incapaz de hacer algo mal, declaras que todas sus<br />

obras son buenas. Ahora bien, los hombres, engendrados por la unión de los sexos, según<br />

institución de Dios, ¿son para ti obra de Dios o del diablo? Si son obra de Dios, ¿cómo<br />

puedes decir que son culpables y malas, puesto que para probar que la naturaleza de Adán<br />

no puede ser mala has dicho, por toda razón, que fue creada por un Dios óptimo? Si basta<br />

admitir que la naturaleza del primer hombre no fue mala en su institución, por ser obra de<br />

Dios, cuya bondad confesamos, es suficiente para aniquilar el sistema traducianista, pues<br />

nace de un matrimonio y no pueden ser malos, pues son obra de un Dios bueno.<br />

Y si por una insensata y rabiosa obstinación persistes en decir que los niños son obra de<br />

Dios y, no obstante, son malos por naturaleza, estas mentiras en nada pueden perjudicar<br />

a nuestro Dios ni a nosotros los católicos; y conste que no habéis refutado a Manés, que<br />

acoge con placer vuestra acusación contra Dios, feliz al ver desmoronarse el argumento<br />

por el que te afanabas en demostrar que Adán había sido creado en un estado de bondad".<br />

Ag.- Cuando con habilidad, que es manifiesta ceguera, me propones trabar combate con<br />

Manés en tu presencia, contribuyes, sin pensarlo, a tu ruina. Incluso das a pensar a los<br />

menos inteligentes cómo por el soplo pestilente de tu dogma apoyas la doctrina<br />

ponzoñosa inspirada en Manés, el más funesto de los errores. Cuantos escuchen o lean lo<br />

que dices, con tanta extensión como elocuencia, acerca de las miserias de esta vida mortal<br />

y corruptible, comprenderán no sólo por tus palabras, sino también por sus miserias, que<br />

has dicho verdad. Manés al hablar en contra nuestra y repetir tus palabras, puede, sin<br />

trabajo o dificultad alguna, ver en esta vida mortal y perdida la felicidad del paraíso por su<br />

pecado, las miserias que tú enumeras, y esto con más extensión y detalle, porque tan<br />

manifiestas son, que la misma Sagrada Escritura, en muchas de sus páginas, nos habla de<br />

estas miserias como venidas de este cuerpo corruptible, y ve en la torpeza del alma su<br />

consecuencia.<br />

Los mismos santos han de luchar en esta vida, porque la carne codicia contra el espíritu, y<br />

el espíritu contra la carne 42 ; pues, como dice el gloriosísimo Cipriano, el espíritu busca lo<br />

celeste y divino, y la carne apetece lo terreno y humano 14. De ahí nace el conflicto, que<br />

el mencionado mártir explica con diligente elocuencia en su libro sobre la muerte; y, entre<br />

otras cosas, dice que se nos impone una dura lucha contra los vicios de la carne y las<br />

seducciones del mundo. Y San Gregorio nos pone ante la vista el combate que hemos de<br />

sostener en este cuerpo de muerte; y lo hace con tal precisión, que no hay atleta que no<br />

se vea como en un espejo en estas palabras del Santo: "Somos en nuestro interior<br />

asaltados por nuestros vicios y pasiones; día y noche atormentados por el aguijón<br />

quemante de este cuerpo despreciable, de este cuerpo de muerte; ora interior, ora<br />

exteriormente, es necesario defendernos de los atractivos de las cosas visibles que nos<br />

provocan y excitan; mientras este cuerpo barroso al que estamos atados exhala

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