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SAN AGUSTIN. OBRAS

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que yo quería y en querer lo que tú querías.<br />

Pero ¿dónde estaba durante aquellos años mi libre albedrío y de qué bajo y profundo<br />

arcano no fue en un momento evocado para que yo sujetase la cerviz a tu yugo suave y el<br />

hombro a tu carga ligera, ¡oh Cristo Jesús!, ayudador mío y redentor mío? 3 ¡Oh, qué dulce<br />

fue para mí carecer de repente de las dulzuras de aquellas bagatelas, las cuales cuanto<br />

temía entonces perderlas, tanto gustaba ahora de dejarlas! Porque tú las arrojabas de mí,<br />

¡oh verdadera y sana dulzura!, tú las arrojabas, y en su lugar entrabas tú, más dulce que<br />

todo deleite, aunque no a la carne y a la sangre; más claro que toda luz, pero al mismo<br />

tiempo más interior que todo secreto; más sublime que todos los honores, aunque no para<br />

los que se subliman sobre sí.<br />

Libre estaba ya mi alma de los devoradores cuidados del ambicionar, adquirir y revolcarse<br />

en el cieno de los placeres y rascarse la sarna de sus apetitos carnales, y hablaba mucho<br />

ante ti, ¡oh Dios y Señor mío!, claridad mía, riqueza mía y salud mía.<br />

CAPITULO II<br />

2. Y me agradó en presencia tuya no romper tumultuosamente, sino substraer<br />

suavemente del mercado de la charlatanería el ministerio de mi lengua, para que en<br />

adelante los jóvenes que meditan no tu ley ni tu paz, sino engañosas locuras y contiendas<br />

forenses, no comprasen de mi boca armas para su locura. Y como casualmente faltaban<br />

poquísimos días para las vacaciones vendimiales, decidí aguantarlos para retirarme como<br />

de costumbre y, redimido por ti, no volver ya más a venderme.<br />

Esta mi determinación era conocida de ti; de los hombres, sólo lo era de los míos. Y aun<br />

se había convenido entre nosotros no descubrirlo fácilmente a cualquiera, aunque ya tú a<br />

los que subíamos del valle de las lágrimas 4 y cantábamos el cántico de los grados 5 nos<br />

habías proveído de agudas saetas y carbones devastadores contra la lengua dolosa, que<br />

contradice aconsejando y consume amando, como sucede con la comida.<br />

3. Asaeteado habías tú nuestro corazón con tu caridad y llevábamos tus palabras clavadas<br />

en nuestras entrañas; y los ejemplos de tus siervos, que de negros habías vuelto<br />

resplandecientes y de muertos vivos, recogidos en el seno de nuestro pensamiento,<br />

abrasaban y consumían nuestro grave torpor, para que no volviésemos atrás, y<br />

encendíannos fuertemente para que el viento de la contradicción de las lenguas dolosas no<br />

nos apagase, antes nos inflamase más ardientemente.<br />

Sin embargo, como por causa de tu nombre, que has santificado en toda la tierra, había<br />

de tener también sus panegiristas nuestra decisión y propósito, parecía algo de jactancia<br />

no aguardar al tiempo tan cercano de las vacaciones, retirándome anticipadamente de<br />

aquella profesión pública y tan a la vista de todos, para que, ocupadas de mi resolución las<br />

lenguas de cuantos me vieran, dijesen muchas cosas de mí y que había querido<br />

adelantarme al día tan vecino de las vacaciones de las vendimias, como si quisiera pasar<br />

por un gran personaje. Y ¿qué bien me iba a mí en que se pensase y discutiese sobre mis<br />

intenciones y se blasfemase de nuestro bien? 6<br />

4. Así que cuando en este mismo verano, debido al excesivo trabajo literario, había<br />

empezado a resentirse mi pulmón y a respirar con dificultad, acusando los dolores de<br />

pecho que estaba herido y a negárseme a emitir una voz clara y prolongada, me turbó<br />

algo al principio, por obligarme a dejar la carga de aquel magisterio casi por necesidad o,<br />

en caso de querer curar y convalecer, interrumpirlo ciertamente; mas cuando nació en mí<br />

y se afirmó la voluntad plena de vacar y ver que tú eres el Señor 7 , tú lo sabes, Dios mío,<br />

que hasta llegué a alegrarme de que se me hubiera presentado esta excusa, no falsa, que<br />

templase el sentimiento de los hombres, que por causa de sus hijos no querían verme<br />

nunca libre.<br />

Lleno, pues, de tal gozo, toleraba aquel lapso de tiempo hasta que terminase-no sé si eran<br />

unos veinte días-; y tolerábalo ya con gran trabajo, porque se había ido la ambición que<br />

solía llevar conmigo este pesado oficio y me había quedado yo solo; por lo que hubiera<br />

sucumbido de no haber sucedido en lugar de aquélla la paciencia.<br />

Tal vez dirá alguno de tus siervos, mis hermanos, que pequé en esto, porque, estando ya<br />

con el corazón lleno de deseos de servirte, sufrí estar una hora más siquiera sentado en la

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