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SAN AGUSTIN. OBRAS

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promesa, quedando ya de estos cuatrocientos treinta<br />

cuatrocientos cinco, á los cuales quiso Dios llamar cuatrocientos.<br />

Lo demás que sigue de la profecía nadie dudará que pertenece al<br />

pueblo israelita, y lo que se añade: «Habiéndose<br />

puesto el sol; formóse una llama, y he aquí un horno humeando y unas<br />

llamas de fuego que corrieron en tres aquellas medias<br />

partes divididas, significa que al fin del siglo han de ser juzgados<br />

y castigados los carnales con fuego.<br />

Porque así como se nos significa que la aflicción de la Ciudad de<br />

Dios, bajo el poder del Anticristo, ha de ser la mayor<br />

que jamás ha habido; así como se nos significa, digo, esta aflicción<br />

con el tenebroso temor de Abraham cerca de ponerse el sol,<br />

esto es, acercándose ya el fin del siglo; así en la puesta del sol,<br />

esto es, en el mismo fin, se significa con este fuego el día del<br />

juicio, que divide los carnales que se han de salvar por el fuego y<br />

se han de condenar en fuego. Después el testamento y<br />

promesa que Dios hace a Abraham, propiamente manifiesta la tierra de<br />

Canaam y nombra en ella once naciones desde el día<br />

de Egipto hasta el grande río Eufrates; no desde el grande río de<br />

Egipto, esto es, desde el Nilo, sino desde el pequeño que<br />

divide á Egipto y Palestina, donde está la ciudad de Rhinocorura.<br />

CAPITULO XXV<br />

De Agar, esclava de Sara, la cual Sara quiso que fuese concubina de<br />

Abraham<br />

Desde aquí ya se siguen, los tiempos de los hijos de Abraham, el uno<br />

tenido de la sierva Agar, y el otro de Sara, libre,<br />

de quienes hablamos ya en el libro anterior; y respecto a lo que<br />

sucedió, no hay motivo para echar la culpa a Abraham por<br />

haber tomado esta concubina, porque se valió de ella para procrear<br />

hijos y no para saciar el apetito carnal, ni por agraviar a su<br />

esposa, sino por obedecerla, quien creyó que sería consuelo de su<br />

esterilidad si la fecundidad de su esclava la hiciese suya, y<br />

con aquel privilegio o derecho que dice el Apóstol «que el varón no<br />

es señor de su cuerpo, sino su mujer», se aprovechase la<br />

mujer del cuerpo de su marido para conseguir la descendencia que no<br />

podía por si misma.<br />

No hay en este acto deseo lascivo ni torpeza camal; la mujer entrega<br />

a su marido la esclava para tener hijos; por lo<br />

mismo la recibe el marido; ambos pretenden, no el deleite culpable,<br />

sino el fruto de la naturaleza; finalmente, cuando la esclava<br />

se ensoberbeció contra su señora porque era estéril, como la culpa de<br />

este desacato, con la sospecha y celos de mujer, la<br />

atribuyese Sara antes a su marido que a otra causa, también aquí<br />

mostró Abraham que no fue amador esclavo, sin6 procreador<br />

libre, y que en Agar guardó el honor y decoro a Sara, no<br />

satisfaciendo su propio apetito, sino cumpliendo la voluntad de su<br />

esposa; que la admitió, y no la pidió; pues la dijo: «Ves ahí a tu<br />

esclava, en tu poder está; haz de ella lo que te pareciere.»<br />

CAPITULO XXVI<br />

Dios promete a Abraham, siendo él anciano y Sara estéril un hijo de<br />

ella, y le hace padre y cabeza de las gentes, y la<br />

fe de la promesa la confirma y sella con el Sacramento de la<br />

Circuncisión<br />

Después nació Ismael de Agar, en el cual pudo sospechar Abraham que<br />

se cumplió lo que Dios le había prometido<br />

cuando, tratando de adoptar a uno de los criados de su casa, le dijo<br />

el Señor: «No será este criado tu heredero, sino uno que<br />

saldrá de ti será tu heredero.» Para que no imaginase que esta<br />

promesa se había cumplido en el hijo que había tenido de su

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