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SAN AGUSTIN. OBRAS

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uno, así como fue condenado por la desobediencia de uno solo. Y, aunque no parezca,<br />

dice, razonable que alguien sea condenado por el pecado de otro, y es precisamente lo<br />

que sucedió por el pecado de Adán, parece más puesto en razón que un hombre puede ser<br />

salvado por los méritos de otro, beneficio que ha lugar por la gracia de Cristo.<br />

¿Quién no comprende que, si el pecado del primer hombre se transmitiera a todos los<br />

hombres por imitación y no por generación, nadie se condenaría por el pecado de otro,<br />

sino por el suyo propio, pues nadie, al engendrarlo, se lo ha transmitido, sino que él, por<br />

su propia voluntad, imitó al primer pecador? Por la gracia, dice aún, se perdona no sólo el<br />

pecado del primer hombre, sino también todos aquellos que después han entrado en el<br />

mundo. En estas palabras distingue entre pecados posteriores, que se cometen por<br />

imitación, y el primer pecado, que se transmite por generación; y prueba que uno y otros<br />

son lavados por la gracia, para hacer ver, según el pensamiento del Apóstol, que la<br />

regeneración nos proporciona mayores beneficios que males la generación. En este sentido<br />

explica el texto de Pablo a los Romanos: No como el delito. así el don; porque la sentencia<br />

viene de uno para condenación, pero la gracia nos justifica de muchas transgresiones 33 .<br />

Con esta sentencia de Pablo el apóstol y el comentario de Juan de Constantinopla queda<br />

pulverizada vuestra teoría de la imitación, pues no es otra cosa que una nueva invención<br />

del error de Pelagio.<br />

Al hablar del bautismo y comentar este texto del Apóstol: Todos los que somos bautizados<br />

en Cristo somos bautizados en su muerte 34 , dice que morir al pecado, como Cristo murió<br />

en la cruz, es ser bautizados en la muerte de Cristo. Un dilema se impone ahora: o los<br />

niños no son bautizados en Cristo, o, si son bautizados, son bautizados en su muerte; y,<br />

en consecuencia, mueren al pecado; pero como no tienen pecado alguno personal, son<br />

purificados de la suciedad del primer pecado; esto es, del pecado original, común a todos<br />

los hombres.<br />

34. Arropado entre tantos santos y sabios varones, ¿seguirás pensando que no he podido<br />

encontrar, entre esta multitud, "ni uno solo que defienda mi causa?" ¿O es que llamas a<br />

este consentimiento de obispos católicos "una conspiración de hombres perversos?" Y,<br />

aunque San Jerónimo haya sido simple sacerdote, no lo desprecies, pues este santo varón<br />

fue experto en los idiomas griego, latino y hebreo; de la Iglesia occidental pasó a Oriente,<br />

y vivió hasta una edad muy avanzada en los Santos Lugares, entregado al estudio de las<br />

Sagradas Escrituras. Leyó todos o casi todos los comentarios que se escribieron sobre las<br />

materias que conciernen a la doctrina de la Iglesia y en nuestra materia no tuvo otro<br />

sentir. Al explicar un texto del profeta Jonás, dice de una manera muy clara: "Los mismos<br />

niños no están exentos del contagio del pecado de Adán". ¿Tan enamorado estás de tu<br />

error, en el que caíste por imprudencia, propia de la juventud, demasiado confiado en tus<br />

propias fuerzas, hasta separarte de estos sacerdotes, campeones de la unidad y de la<br />

verdad católicas, venidos de todas las partes del orbe y unidos entre ellos por unos<br />

mismos sentimientos de fe en un punto tan esencial de la religión cristiana, e incluso osas<br />

llamarlos maniqueos? Y, si no lo haces no lo puedes hacer con justicia conmigo, pues<br />

constatas que sigo con toda fidelidad sus pisadas en mis escritos, que tan ferozmente te<br />

irritan contra mí. Y si sólo a mí quieres rociar con tus ultrajes, porque pienso sobre el<br />

pecado del primer hombre lo mismo que ellos pensaron, y sostengo lo que ellos sostienen,<br />

y predico lo que ellos predicaron, ¿quién no ve que, al lanzar contra mí insultos tan<br />

manifiestos, en el fondo de tu pensar emites sobre ellos igual juicio que sobre mí?<br />

Considera, sin embargo, lo que el obispo Juan, omitiendo otras cosas, dice de la cédula<br />

paterna escrita por Adán; palabras que pienso has leído en el sermón del que citas lo que<br />

te plugo; o el pasaje en el que el obispo Ambrosio dice que ningún nacido de la unión<br />

carnal de hombre y mujer puede estar exento del contagio del pecado; pasaje que has<br />

leído en mi libro, pero que temiste poner en el tuyo. Y si ante los hombres eres un<br />

caradura, al menos ante Dios sienta tu alma rubor.<br />

35. De verdad, por el amor que te profeso, si Dios me es propicio, no permita que ninguna<br />

injuria tuya te arranque de mi corazón. Quisiera, hijo mío Juliano, que, rendido a la razón,<br />

en una juventud más reflexiva y madura que la de tus verdes años triunfases de ti mismo<br />

y que una verdadera y sincera piedad te hiciese renunciar a un deseo muy ambicioso y<br />

humano que te lleva a preferir tu sentir, sea el que sea, a la verdad. Imita el ejemplo de<br />

Polemón, que arranca de su cabeza una corona de lujuria, la arroja por tierra, pone su<br />

mano bajo el manto, toma un aire reservado y honesto y se entrega por entero como<br />

discípulo al maestro del que entró a reírse. Haz tú lo mismo, y ante tan venerables<br />

maestros y santos, y, sobre todo, ante el obispo Ambrosio, en el que reconoce y alaba tu

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