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SAN AGUSTIN. OBRAS

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cosas, cuando la ceguedad con que las hacen es su mayor castigo, padeciendo ellos<br />

incomparablemente mayores males de los que hacen.<br />

Así, pues, vime obligado a sufrir de maestro en los demás aquellas costumbres que siendo<br />

estudiante no quise adoptar como mías; y por eso me agradaba ir allí, donde los que lo<br />

sabían aseguraban que no se daban tales cosas. Mas tú, Señor, esperanza mía y porción<br />

mía en la tierra de los vivientes 16 , a fin de que cambiase de lugar para la salud de mi<br />

alma, me ponías espinas en Cartago para arrancarme de allí y deleites en Roma para<br />

atraerme allá, por medio de unos hombres que amaban una vida muerta unos haciendo<br />

locuras aquí, otros prometiendo cosas vanas allí, usando tú para corregir mis pasos<br />

ocultamente de la perversidad de aquéllos y de la mía. Porque los que perturbaban mi ocio<br />

can gran rabia eran ciegos, y los que me invitaban a lo otro sabían a tierra, y yo, que<br />

detestaba en Cartago una verdadera miseria, buscaba en Roma una falsa felicidad.<br />

15. Pero el verdadero porqué de salir yo de aquí e irme allí sólo tú lo sabías, oh Dios, sin<br />

indicármelo a mí ni a mi madre que lloró atrozmente mi partida y me siguió hasta el mar.<br />

Mas hube de engañarla, porque me retenía por fuerza, obligándome o a desistir de mi<br />

propósito o a llevarla conmigo, por lo que fingí tener que despedir a un amigo al que no<br />

quería abandonar hasta que, soplando el viento, se hiciese a la vela. Así engañé a mi<br />

madre, y a tal madre, y me escapé, y tú perdonaste este mi pecado misericordiosamente,<br />

guardándome, lleno de execrables inmundicias, de las aguas del mar para llegar a las<br />

aguas de tu gracia, con las cuales lavado, se secasen los ríos de los ojos de mi madre, con<br />

los que ante ti regaba por mí todos los días la tierra que caía bajo su rostro.<br />

Sin embargo, como rehusase volver sin mí, apenas pude persuadirla a que permaneciera<br />

aquella noche en lugar próximo a nuestra nave, la Memoria de San Cipriano. Mas aquella<br />

misma noche me partí a hurtadillas sin ella, dejándola orando y llorando. ¿Y qué era lo que<br />

te pedía, Dios mío, con tantas lágrimas, sino que no me dejases navegar? Pero tú,<br />

mirando las cosas desde un punto más alto y escuchando en el fondo su deseo, no<br />

cuidaste de lo que entonces te pedía para hacerme tal como siempre te pedía.<br />

Sopló el viento, hinchó nuestras velas y desapareció de nuestra vista la playa, en la que mi<br />

madre, a la mañana siguiente, enloquecía de dolor, llenando de quejas y gemidos tus<br />

oídos, que no los atendían, antes bien me dejabas correr tras mis pasiones para dar fin a<br />

mis concupiscencias y castigar en ella con el justo azote del dolor su deseo carnal. Porque<br />

también como las demás madres, y aún mucho más que la mayoría de ellas, deseaba<br />

tenerme junto a sí, sin saber los grandes gozos que tú la preparabas con mi ausencia. No<br />

lo sabía, y por eso lloraba y se lamentaba, acusando con tales lamentos el fondo que había<br />

en ella de Eva al buscar con gemidos lo que con gemidos había parido.<br />

Por fin, después de haberme acusado de mentiroso y mal hijo y haberte rogado de nuevo<br />

por mí, se volvió a su vida ordinaria y yo a Roma.<br />

CAPITULO IX<br />

16. Aquí fui yo recibido con el azote de una enfermedad corporal, que estuvo a punto de<br />

mandarme al sepulcro, cargado con todas las maldades que había cometido contra ti,<br />

contra mí y contra el prójimo, a más del pecado original, en el que todos morimos en<br />

Adán 17 . Porque todavía no me habías perdonado ninguno de ellos en Cristo, ni éste había<br />

deshecho en su cruz las enemistades 18 que había contraído contigo con mis pecados. ¿Y<br />

cómo los había de deshacer en aquella cruz fantástica que yo creía de él? Porque tan<br />

verdadera era la muerte de mi alma como falsa me parecía a mí la muerte de su carne, y<br />

tan verdadera la muerte de su carne como falsa la vida de mi alma, que no creía esto. Y<br />

agravándose las fiebres, ya casi estaba a punto de irme y perecer. Pero ¿adónde hubiera<br />

ido, si entonces hubiera tenido que salir de este mundo, sino al fuego y tormentos que<br />

merecían mis acciones, según la verdad de tu ordenación? No sabía esto mi madre, pero<br />

oraba por mí ausente, escuchándola tú, presente en todas partes allí donde ella estaba, y<br />

ejerciendo tu misericordia conmigo donde yo estaba, a fin de que recuperara la salud del<br />

cuerpo, todavía enfermo y con un corazón sacrílego. Porque estando en tan gran peligro<br />

no deseaba bautismo, siendo mejor de niño, cuando lo supliqué de la piedad de mi madre,<br />

como ya tengo recordado y confesado. Mas había crecido, para vergüenza mía, y, necio,<br />

burlábame de los consejos de tu medicina.

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