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SAN AGUSTIN. OBRAS

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Habiendo escrito cuarenta y un libros sobre las antigüedades, los<br />

dividió según materias divinas y humanas. En estas últimas<br />

consume veinticinco, en las divinas dieciséis, siguiendo en la<br />

división de materias esta distribución; de forma que reparte en<br />

cuatro partes veinticuatro libros concernientes a las cosas humanas,<br />

designando seis a cada parte. Allí trata por extenso<br />

quiénes, dónde, cuándo y qué llevan a cabo. Así que en los seis<br />

primeros habla de los hombres, en los seis segundos de los<br />

lugares, en los seis terceros de los tiempos, y en los seis últimos<br />

de las cosas; y así cuatro veces seis hacen veinticuatro. Pero,<br />

además, colocó uno por sí solo, al principio, que en común habla de<br />

todos los asuntos propuestos. El que trata asimismo de las<br />

cosas divinas guardó el mismo método en la división, por lo<br />

respectivo a los ritos y víctimas que se deben ofrecer a los dioses,<br />

ya que los hombres, en determinados lugares y tiempos les ofrecen el<br />

culto divino. Las cuatro materias que, he dicho las<br />

comprendió en cada tres libros: en los tres primeros trata de los<br />

hombres; en los tres siguientes, de los lugares; en el tercer<br />

grupo, de los tiempos; en los tres últimos, del culto divino;<br />

designando en ese lugar, por medio de una sencilla distinción,<br />

quiénes, dónde, cuándo y qué ofrecen. Mas porque convenía decir -que<br />

era lo que principalmente se esperaba de él- quiénes<br />

eran aquellos a quienes se ofrece, trató también de los mismos dioses<br />

en los tres postreros, para que cinco veces tres fuesen<br />

quince, y son entre todos, como he dicho, dieciséis; porque al<br />

principio puso uno de por sí, que primero habla en común de<br />

todos. Y acabado éste, luego, conforme a la división hecha en las<br />

cinco partes, los primeros que pertenecen a los hombres los<br />

reparte de este modo: en el primero trata de los pontífices; en el<br />

segundo, de los augures o adivinos; en el tercero, de los quince<br />

varones que atendían a las funciones sagradas. Los tres segundos, que<br />

miran a los lugares, de esta manera: en el primero trata<br />

de los oratorios; en el segundo, de los templos sagrados; en el<br />

tercero, de los lugares religiosos; y los tres que siguen luego,<br />

que conciernen a los tiempos, esto es, a los días festivos, que en el<br />

primero habla de las ferias, en el segundo de los juegos<br />

circenses, en el tercero de los escénicos. Los del cuarto ternario,<br />

que pertenecen a las cosas sagradas; los divide así: en el<br />

primero diserta sobre las consagraciones; en el segundo, de la<br />

reverencia y culto particular, y en el tercero, del público. A éste,<br />

como aparato de los asuntos que ha de exponer en los tres que restan,<br />

siguen, en último lugar, los mismos dioses, en cuyo<br />

honor ha empleado todas sus tareas literarias, por este orden: en el<br />

primero trata de los dioses ciertos; en el segundo, de los<br />

inciertos; en el tercero y último, de los dioses escogidos.<br />

CAPITULO IV<br />

Que, conforme a la disputa de Varrón, entre los que adoran a los<br />

dioses, las cosas humanas son más antiguas que las divinas<br />

De lo que hemos ya insinuado y dios adelante puede fácilmente<br />

advertir el que obstinadamente no fuere enemigo de sí propio,<br />

que en toda esta traza, en esta hermosa y sutil distribución y<br />

distinción, en vano se busca y espera la vida eterna, que<br />

imprudentemente la quieren y desean. Porque toda esta doctrina, o es<br />

invención de los hombres o de los demonios, y no de los<br />

demonios que ellos llaman buenos, sino, por hablar más claro, de los<br />

espíritus inmundos o, más ciertamente, malignos, los cuales<br />

con admirable odio y envidia ocultamente plantan en los juicios de<br />

los impíos unas opiniones erróneas y perniciosas con que el<br />

alma más y más se vaya desvaneciendo y no pueda acomodarse ni<br />

adaptarse con la inmutable y eterna verdad; y en ocasiones,<br />

evidentemente, las infunden en los sentidos y las confirman<br />

con los embelecos y engaños que les es posible imaginar.<br />

Este mismo Varrón confiesa que por eso no escribió en primer lugar de

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