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SAN AGUSTIN. OBRAS

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XIII. 14. Por tanto, como tu palabra ha dejado zanjada la cuestión, suplico por el Dios de<br />

la religión, por el Dios de la verdad, que se acabe también ya de una vez tu error. Es la<br />

misma Iglesia de Cristo, hermano, la que en este tiempo se dilata creciendo por el orbe<br />

entero de la tierra, conteniendo en su seno malos y buenos que han de ser separados en<br />

la última bielda. Y como colofón te hablaré con las palabras de quien tuviste a bien citar<br />

como testigo del nombre católico. "Ella es la que, inundada de la luz del Señor, extiende<br />

sus rayos por el orbe entero; extiende sus ramos con abundante fecundidad a toda la<br />

tierra". Por consiguiente, "aunque se ve que hay cizaña en la Iglesia, no debe impedir<br />

nuestra fe y nuestra caridad; de modo que, porque vemos que hay cizaña en la Iglesia,<br />

nos separemos nosotros mismos de ella. Nosotros solamente tenemos que esforzarnos por<br />

poder ser trigo; a fin de que, cuando el trigo comience a ser recogido en los graneros del<br />

Señor, percibamos el fruto por nuestra obra y fatiga. Dice el Apóstol en su carta: En una<br />

casa grande no hay sólo vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y los<br />

unos para usos de honra, los otros para usos viles 29 . Nosotros procuremos y trabajemos<br />

cuanto podamos para ser vasos de oro o de plata. Por lo demás, el quebrar los vasos de<br />

barro sólo compete al Señor, a quien se ha dado el bastón de hierro. El siervo no puede<br />

ser mayor que su amo; que nadie se arrogue lo que el Padre sólo da al Hijo, hasta el<br />

punto de pensar que puede llevar la pala para ventilar y limpiar la era, o separar del trigo,<br />

con juicio humano, toda la cizaña. Esto sería una obstinación soberbia o una sacrílega<br />

presunción, que se arroga la insensata locura; y mientras algunos se arrogan siempre más<br />

de lo que autoriza la mansa justicia, perecen fuera de la Iglesia; y mientras se ensalzan<br />

con insolencia, cegados por esa su hinchazón, pierden la luz de la verdad".<br />

Estas son palabras del bienaventurado Cipriano, no mías; es decir, palabras de quien, en<br />

el exordio de tu escrito, nos propusiste como testigo bien escogido del nombre católico, y<br />

encareciste con muchos elogios. Más que palabras suyas, al ser verdaderas y divinas, son<br />

de Dios. Ahí tienes qué oír; ahí tienes de qué guardarte para que, con la ayuda de la<br />

misericordia del Salvador, mantengamos juntamente la caridad católica, crezcamos juntos<br />

por todas partes con el trigo de él, toleremos juntos hasta el fin la cizaña, vivamos juntos<br />

sin fin en su granero.<br />

Ves ya claramente cómo, sin pretender defensa alguna de Ceciliano o de cualesquiera<br />

otros que pensáis debemos acusar, la Católica se mantiene con vigor y firmeza propios.<br />

Aunque nuestra común Conferencia haya justificado a Ceciliano, y sea dudosa la acusación<br />

e injusta la condenación de los otros a quienes calumniáis. Pero es sumamente necio que<br />

con un razonamiento extraviado vinculemos a causas humanas la causa de la Iglesia, que<br />

se encuentra apoyada y protegida con testimonios divinos. Aunque viéramos con toda<br />

claridad que existen en ella malos, y no pudiéramos ya separarlos de los sacramentos de<br />

la Iglesia, en modo alguno eso debe impedir nuestra fe o nuestra caridad hasta el punto<br />

de deber separarnos de la Iglesia porque veamos que éstos se encuentran entre la cizaña<br />

en la Iglesia.<br />

Si piensas contestar, no dejes de lado la causa y andes vagando en cuestiones accesorias.<br />

Mira bien los argumentos que se han debatido, y contesta no con evasivas falaces, sino<br />

con argumentos racionales. Lo que has logrado en tu famosa y prolija respuesta, o mejor,<br />

lo que no has logrado, si pareciere necesario y el Señor me ayuda, lo mostraré con más<br />

diligencia en otra obra.<br />

RÉPLICA A JULIANO<br />

Traductor: P. Luis Arias Álvarez, OSA<br />

LIBRO I<br />

Plan de la obra<br />

I. 1. Mentiría, Juliano, si dijera que desprecio las injurias y palabras maldicientes que, en<br />

el llamear de la ira, viertes en tus cuatro libros. ¿Cómo despreciar estas cosas, si, al<br />

reflexionar en el testimonio de mi conciencia, veo que debo alegrarme por m' y<br />

entristecerme por ti y por todos aquellos que tú engañas? ¿Quién puede despreciar lo que<br />

es causa de intenso gozo o profundo pesar? Porque todo lo que en parte alegra y en parte<br />

apena, bajo ninguna razón lo podemos despreciar. Causa de mi gozo es la promesa de<br />

Dios, que dice: Cuando os injurien y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo

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