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SAN AGUSTIN. OBRAS

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cuya autoridad nos es común, que alguien que viniera de la herejía haya sido bautizado de<br />

nuevo, ni nosotros que haya sido recibido así, por lo que se refiere a esta cuestión<br />

estamos a la par.<br />

La doctrina católica es fiel a la Escritura<br />

XXXII. 38. Pero nosotros mostramos que muchos bienes que pertenecen a la ley de Dios<br />

se encuentran también entre aquellos que no están en la Iglesia, y que ninguno de los<br />

vuestros puede negar. Por qué no queréis vosotros que el bautismo sea uno de ellos no lo<br />

veo en absoluto, ni confío en que vosotros podáis demostrarlo. Nosotros seguimos<br />

también en esta cuestión la autoridad bien segura de las Escrituras canónicas. Y no se<br />

debe estimar en poco el hecho de que, habiéndose planteado esta cuestión entre los<br />

obispos de la época anterior al surgir del partido de Donato, y hallándose divididas las<br />

opiniones de los colegas entre sí, salva siempre la unidad, pareció bien en toda la Católica,<br />

que se extiende por todo el orbe, observar esto que tenemos. Vosotros mismos presentáis<br />

el concilio de Cipriano, que o no tuvo lugar o fue justamente derogado por los restantes<br />

miembros de la unidad, de los cuales no se separó él. Y no por eso somos mejores que el<br />

obispo Cipriano, suponiendo que tuvo a bien bautizar de nuevo a los herejes, porque<br />

nosotros justamente no lo hacemos; como no somos tampoco superiores al apóstol Pedro<br />

porque no forzamos a las gentes a hacerse judíos, lo que según el testimonio y la<br />

corrección del apóstol Pablo se demuestra que hizo él, cuando la cuestión de la<br />

circuncisión suscitaba vacilaciones entre los Apóstoles semejantes a las surgidas después<br />

acerca del bautismo entre los obispos.<br />

La universalidad de la Iglesia, garantía de la verdad de su doctrina<br />

XXXIII. 39. Por consiguiente, aunque no se presente ningún ejemplo cierto a este<br />

respecto tomado de las Escrituras canónicas, mantenemos, sin embargo, en este asunto la<br />

verdad de las mismas Escrituras, al practicar lo que ya ha parecido bien a la Iglesia<br />

universal, que recomienda la autoridad de las mismas Escrituras. Así, como la santa<br />

Escritura no puede engañar, cualquiera que teme ser engañado por la oscuridad de esta<br />

cuestión, debe consultar a la misma Iglesia, señalada sin ambigüedad por la santa<br />

Escritura. Pero si dudas que la santa Escritura recomienda a esta Iglesia que se extiende<br />

en número tan abundante por todos los pueblos, y si no lo dudaras no estarías aún en el<br />

partido de Donato, yo te abrumaré con testimonios abundantes y clarísimos, tomados de<br />

la misma autoridad, a fin de que con tus concesiones, suponiendo que no te aferras a tu<br />

obstinación, te hagan confesar eso. Aunque antes te mostraré que nada verdadero pudiste<br />

responder a mi carta, que trataste de combatir.<br />

Resumen del libro I<br />

XXXIV. 40. Basta ya de momento; juzgué que a causa de la excesiva obstinación de<br />

ciertos hombres tenía que decir muchas cosas contra los que, al tener tan difícil su causa<br />

principal, tratan de apartar a los jueces de la discusión de la misma apelando a la<br />

prescripción, y afirman que no tienen que hablar absolutamente nada con nosotros. He<br />

demostrado por las santas Escrituras y con el razonamiento más evidente posible que ni la<br />

elocuencia más elevada ni la dialéctica más poderosa deben atemorizar a los defensores<br />

de la verdad para confundir, disputando con ellos y refutándolos, a los defensores de la<br />

falsedad.<br />

He demostrado también aquello que en mi carta dijiste tanto te había conmovido: cuán<br />

inconsecuente es que, si concedemos la existencia del bautismo en el partido de Donato,<br />

hemos de conceder también que en él mismo deben bautizarse todos. En efecto, como el<br />

pueblo réprobo de los judíos pudo tener una ley buena, así la sociedad réproba de los<br />

herejes puede tener un buen sacramento.<br />

Qué es lo que se da propiamente en la Iglesia, y qué no se da en absoluto fuera de ella, se<br />

demostrará sin dificultad en su lugar. En efecto, no se actuaría correctamente con los<br />

herejes, que confesamos tienen el bautismo, procurando que vengan a toda costa a la<br />

Iglesia católica, si al venir no recibieran algo que en otra parte no pueden recibir, y sin<br />

recibir lo cual sería vana y perniciosa la posesión de ciertos bienes, incluso pertenecientes<br />

a la ley de Dios, que pudieran recibir en otra parte. Cualquiera que sea este bien, que,<br />

conforme a las santas Escrituras y la razón más segura, se podrá descubrir que no puede<br />

darse ni recibirse sino en la santa Iglesia, pertenecerá a la fuente sellada, al pozo de agua

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