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SAN AGUSTIN. OBRAS

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luchador, y es que, cuando estamos sanos, este movimiento es malsano. Dices: "O en los<br />

casados estos movimientos se ejercen con honestidad, o en los castos se frena con poder".<br />

¿Es verdad esto? ¿Lo sabes por experiencia? ¿No deben los casados reprimir este mal que<br />

tú consideras un bien? Luego en el matrimonio uno se puede entregar con agrado a los<br />

placeres de la carne, siempre que surjan espontáneos sus movimientos, sin esperar la<br />

hora de la intimidad en el lecho, porque, según tú, este comercio del hombre y la mujer<br />

siempre es honesto, si se siente necesidad de satisfacer la pasión, que consideras un bien<br />

natural. Y, si es así como has usado de la vida conyugal, omite hablar de tus experiencias<br />

en esta discusión y estudia qué uso se debe hacer del matrimonio y qué lecciones se<br />

deben dar a los casados. Me llamaría la atención si no has embridado estos deseos<br />

adulterinos ni has sentido un deber el frenarlos. Mas, si la castidad conyugal puede<br />

impedir que el matrimonio caiga en las aguas turbulentas de la concupiscencia y cometa<br />

excesos contra la naturaleza, ¿por qué dices "se usa con honestidad de estos movimientos<br />

en el matrimonio", como si este movimiento fuera siempre honesto en los casados, nada<br />

se pudiese hacer, como dice el Apóstol 30 , por concesión? ¿No te expresarías mejor si<br />

dijeras: "En el matrimonio, el acto se puede realizar con honestidad y templanza"?<br />

¿Temías, acaso, se entendiese que la concupiscencia es un mal, si los mismos casados<br />

tienen necesidad de usar el freno de la moderación? Finalmente, si vives en continencia,<br />

reconoce en la libido uno de los caballos salvajes de la cuadriga ambrosiana y no alabes,<br />

de corazón ni de palabra, lo que te ves forzado a embridar por virtud. El cuarto punto se<br />

refiere al exceso de la concupiscencia; y como es obra de la insolencia, no de la<br />

naturaleza, con justicia se condena. Dime, por favor: ¿Cuál es la causa de este caso fuera<br />

de lo común, el libertinaje o la concupiscencia? Si no quieres ofender a tu favorita, has de<br />

responder: "La lascivia". Todo el mundo está de acuerdo en que no existe lujuria si no se<br />

consiente en los movimientos de la concupiscencia. En consecuencia, ¿no es un mal lo que<br />

nos hace pesar, si consentimos? Mal que introduce en la carne una lucha contra el espíritu,<br />

aunque éste no consienta y luche contra la carne. Clama: Líbranos del mal 31 , y no<br />

acrecientes este mal con tus falsas alabanzas.<br />

Lujuria, castidad conyugal, continencia<br />

XV. 29. Con claridad colocas la castidad conyugal entre la lascivia y la continencia. "Ves<br />

con indignación los excesos de los lujuriosos y admiras a los que se abstienen de los<br />

placeres lícitos. Te mantienes en los justos límites, sientes horror a los que se precipitan<br />

en el abismo del vicio, execrable barbarie, y respetas el fulgor centelleante del luchador<br />

que, con mano fuerte y pudorosa, templa sus ardores, y alabas a los que no necesitan de<br />

este remedio".<br />

Gran placer me causa oírte proclamar con tanta elocuencia esta verdad; pero, te ruego, si,<br />

como dices con trasparencia y verdad, la continencia conyugal alaba a los que guardan<br />

castidad porque no necesitan de tales remedios, creo pueden ver en sí mismos la<br />

necesidad; es decir, que, según el Apóstol, el que no pueda contenerse, que se case 32 .<br />

¿Por qué, cuando llamo enfermedad a la concupiscencia, tú lo niegas y, no obstante,<br />

confiesas que necesitan medicina? Si reconoces la necesidad del remedio, admite la<br />

existencia de la enfermedad; y, si niegas el mal, niega la necesidad del remedio. Te ruego,<br />

por favor, te rindas a tus palabras cuando dices verdad. Nadie receta una medicina al que<br />

goza de buena salud.<br />

Bienes del matrimonio<br />

XVI. 30. Dices también con verdad: "Pensándolo bien, no puede el matrimonio agradar, si<br />

merece alabanzas sólo si se lo compara a un mal". Esto es cierto. El matrimonio es un bien<br />

en sí; un bien, porque guarda fidelidad al lecho nupcial; un bien, porque se unen los<br />

esposos por el bien de los hijos, un bien, porque se aborrece la impiedad del divorcio.<br />

Estos son los bienes nupciales por los que el matrimonio es un bien; bien que era<br />

necesario conservar, como he dicho mil veces, aunque no existiera el pecado. Este, sí,<br />

impone a los casados la ley del combate, no del placer; de suerte que es preciso oponer el<br />

bien del matrimonio al mal de la concupiscencia para templar los ardores que pueden<br />

llevar a cometer actos ilícitos; aunque no cese la concupiscencia de excitar con<br />

movimientos ora perezosos, ora violentos, incluso a los que hacen un buen uso de la<br />

concupiscencia a favor de los hijos. ¿Quién puede negar que la concupiscencia es un mal<br />

sino aquel que es sordo a las palabras del Apóstol: Lo que os digo es una concesión, no un

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