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SAN AGUSTIN. OBRAS

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ofensa al pudor y, por otra parte, es justificada por la santidad del Creador, aunque no<br />

como un gran bien, pues es común a hombres y animales, sí como necesaria para la<br />

diversidad de sexos, esta concupiscencia, repito, no es obra del diablo, sino del Creador<br />

del mundo y de los cuerpos; y esto nadie lo contradice, a no ser Manés y su heredero<br />

traducianista, y así se evapora cuanto se pueda decir sobre el pecado natural, que no se<br />

puede afirmar sin acusar a la naturaleza".<br />

Ag.- Hablas aún de la concupiscencia natural. Tratas de cubrir con el oropel de tus<br />

palabras equívocas a tu protegida para no dejar comprender lo que es. ¿Por qué no dices<br />

"concupiscencia de la carne" en lugar de decir "concupiscencia natural?" ¿No es también<br />

una concupiscencia natural el deseo de felicidad? ¿Por qué hablas de una manera<br />

equívoca? Llama por su nombre a tu protegida, cuya defensa asumes. ¿Qué temes?<br />

Turbado por la defensa de una mala causa, ¿te has olvidado de su nombre? Despierta tu<br />

memoria y habla de concupiscencia de la carne. Pero sabes que alabarla sería ofender a<br />

los que en las Sagradas Escrituras leen que con este nombre se designa una cosa mala.<br />

Tú, al servirte de la expresión "concupiscencia natural", la quieres situar entre las obras de<br />

aquel que, como dices con razón, creó el mundo y todos los cuerpos, mientras San Juan<br />

expresamente declara que no viene del Padre. Dios creó el mundo y todos los cuerpos,<br />

pero el cuerpo corruptible es lastre del alma y la carne codicia contra el espíritu;<br />

consecuencia no de la naturaleza humana en el momento de su creación, sino de su<br />

pecado y de su condenación.<br />

"La concupiscencia, dices, nunca ha sido condenada, a no ser por Manés y su heredero<br />

traducianista". En este terreno, con gozo recibo la rociada de tus injurias en compañía de<br />

aquellos que tú no te atreves a culpar; me nombras a mí porque no osas pronunciar sus<br />

nombres venerables. ¿Acaso no condena a tu protegida el que afirma que la lucha de la<br />

carne contra el espíritu vició nuestra naturaleza al prevaricar el primer hombre? 84 Y ¿<br />

quién dijo esto? Aquel cuya fe, para servirme de las palabras de tu maestro Pelagio, ni los<br />

mismos enemigos pusieron en duda, ni la pura y sana inteligencia de las Escrituras.<br />

Defiende, pues, a tu protegida contra esta acusación. Insulta, mientras puedas, esta<br />

doctrina, cuyo discípulo me declaro, y a este otro doctor que tú tienes por maestro y<br />

elogia al mío. Prueba a tu protegida que tiene en ti un defensor valiente y leal para que la<br />

libido no abandone a su patrono por tímido, aunque le sería muy difícil encontrar otro que<br />

sienta menos sonrojo en defenderla.<br />

A la desobediencia siguió la vergonzosa desobediencia de la carne<br />

68. Jul.- "Esto me lleva necesariamente a preguntarte qué es lo que conoció como obra<br />

suya el diablo en los sexos, y poder así, con derecho, recoger su fruto, pues él no aglutinó<br />

su carne, ni formó sus miembros, ni puso distinción en los órganos sexuales, ni diferenció<br />

los sexos, ni instituyó el matrimonio, ni honró la fecundidad, ni sembró en la carne el<br />

placer".<br />

Ag.- Ciertamente, nada de esto hizo el diablo, pero incitó al hombre a la desobediencia, y<br />

a la desobediencia siguió el castigo y la vergonzosa desobediencia en la carne, de donde<br />

viene el pecado original, y por él todo el que nace está sometido al poder del diablo, y con<br />

el diablo perecerá si no renace.<br />

Sentido de la carne y concupiscencia de la carne<br />

69. Jul.- "Te has esforzado en salir al encuentro de estas disquisiciones con la timidez del<br />

ciervo y la astucia del zorro, y así engañas a tu protector, al que escribes diciendo que el<br />

príncipe de las tinieblas ejerce su dominio sobre las obras de la imagen de Dios a causa<br />

del sentido natural del cuerpo, es decir, de la concupiscencia de la carne, porque, según<br />

tú, el sentido de la carne es necesariamente obra del mismo autor de la naturaleza de la<br />

carne".<br />

Ag.- No sabes lo que dices. Una cosa es el sentido de la carne y otra la concupiscencia de<br />

la carne, cuyos efectos sentimos por los sentidos del alma y de la carne. Los dolores de la<br />

carne no son en sí un sentido; pero, si no existe el sentido no se sienten. Así, por el<br />

sentido de la carne llamado tacto percibimos efectos diferentes a tenor de la aspereza o<br />

suavidad de los objetos; pero la codicia de la carne apetece indiferentemente lo lícito y lo<br />

ilícito, diferencia que no podemos apreciar por la concupiscencia, sino sólo por la<br />

inteligencia; y no nos abstenemos de lo ilícito si no resistimos a la concupiscencia. Ni se

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