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SAN AGUSTIN. OBRAS

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sosiego de alma y cuerpo pudiera ser turbado por algo contra lo que la naturaleza del<br />

primer hombre debiera luchar! Si, pues en el Edén no existía concupiscencia a la cual<br />

servir ni contra la que era necesario luchar, o no existió en el paraíso o no era como hoy<br />

es. En la actualidad es preciso resistir a la concupiscencia si uno no quiere ser su esclavo,<br />

y el que en la lucha se emperece se convierte, necesariamente, en su servidor. De estas<br />

dos opiniones, una es molesta, pero laudable; la otra es torpeza y miseria. En esta vida,<br />

una es inevitable a los castos, pero ni una ni otra eran conocidas por los santos en el<br />

Edén.<br />

63. Me contradigo, afirmas de nuevo, y citas unas palabras mías en las que muestro la<br />

diferencia que existe entre un acto matrimonial realizado con vista a los hijos y el deseo<br />

de gozar del deleite carnal. Mis palabras son éstas: "Una cosa es la unión conyugal que<br />

tiene por fin la generación de los hijos, y por esta razón está exenta de pecado, y otra<br />

buscar en el acto conyugal el placer de la carne, lo que, si es con su esposa, es culpa<br />

venial". Nada tienen de contradictorias estas dos afirmaciones, como lo pueden ver todos<br />

los que conmigo ven la verdad. Escucha, sin embargo, algo que es necesario inculcar en el<br />

ánimo de aquellos que tú quieres engañar. Es calumnia afirmar que nosotros<br />

"proporcionamos a los hombres más degradados y criminales los medios de excusar sus<br />

acciones impuras e infames diciendo que las han cometido contra su voluntad, y así no<br />

tienen pecado".<br />

¡Como si nosotros no gritáramos más fuerte que vosotros que es necesario luchar contra<br />

la concupiscencia! Porque a vosotros, aun cuando la elogiáis, no os place creamos que<br />

vuestra lucha se enfría o relaja contra este bien; ¿con cuánta mayor vigilancia y ardor no<br />

creeremos nosotros se debe luchar contra la concupiscencia, que consideramos un mal?<br />

Afirmamos que es contra nuestro querer el que la carne luche contra el espíritu, no que el<br />

espíritu pelee contra la carne. Hacen buen uso de la concupiscencia los esposos cuando se<br />

unen para engendrar hijos y no por el placer venusino. Este buen uso de un mal es lo que<br />

hace honesta la cópula verdaderamente nupcial; pero, si la unión tiene por fin el placer, no<br />

la prole, dicha unión es culpable, y en los cónyuges la falta es venial. Por eso, los niños,<br />

fruto de un comercio legítimo y honesto, contraen una mancha que sólo puede ser lavada<br />

por el sacramento de la regeneración, y en el uso honesto del matrimonio hay un mal, del<br />

que hace buen uso la castidad conyugal. En consecuencia, no perjudica a los renacidos lo<br />

que daña a los nacidos. Perjudica, sí, a los que nacen si no renacen.<br />

64. En este razonar, en el que en vano te retuerces contra mis palabras, no te das cuenta<br />

cuánto favoreces a los maniqueos. Crees, en efecto, que todo el que nace de la unión<br />

marital no tiene pecado de origen, porque razonas: "El pecado no puede nacer de una<br />

acción exenta de culpa". ¿Por qué la obra de Dios, limpia de culpa, ha dado origen al<br />

pecado del ángel y al pecado del hombre? ¿Ves cómo favoreces a los que cubres de<br />

vituperios, porque compruebas van contra el fundamento más firme de la fe católica? Si es<br />

tu sentencia definitiva que "el pecado no puede nacer de una acción exenta de culpa",<br />

considera que ninguna obra de Dios tiene culpa. ¿De dónde, pues, nace la culpa? Aquí el<br />

maniqueo, con tu ayuda, trata, en su absurda doctrina, de introducir una naturaleza mala<br />

para que sepas de dónde viene el mal; porque, según tus palabras, de las obras de Dios<br />

no puede venir el pecado. ¿Puedes derrotar a un maniqueo sin que lo seas tú mismo?<br />

Porque el ángel y el hombre son obras de Dios, limpias de todo pecado; sin embargo,<br />

dieron origen al pecado cuando por su libre voluntad, otorgada por Dios sin pecado, se<br />

alejaron de aquel que está libre de todo pecado. Se hicieron malos no por una mezcla con<br />

el mal, sino por un abandono del bien.<br />

65. Dices que "alabo la continencia de los tiempos cristianos no para encender a los<br />

hombres en amor a la virginidad, sino para condenar el matrimonio, instituido por Dios".<br />

Mas para que nadie crea te atormenta la sospecha de una mala interpretación de mis<br />

sentimientos, me dices, como queriendo aprobar: "Si con sinceridad exhortas a los<br />

hombres a la virginidad, has de confesar que la virtud de la castidad puede ser observada<br />

por los que quieran, de suerte que cualquiera puede ser santo en el cuerpo y en el<br />

espíritu". Respondo que lo admito, pero no en tu sentido. Tú atribuyes este poder sólo a<br />

las fuerzas del libre albedrío; yo lo atribuyo a la voluntad, ayudada por la gracia de Dios.<br />

Sin embargo, pregunto: ¿Sobre qué ejerce el espíritu su poder para no pecar sino sobre<br />

un mal que, si vence, nos hace caer en pecado? Y para no tener que decir, con los<br />

maniqueos, que este mal viene de una naturaleza mala, a nosotros extraña y con la cual<br />

se mezcla, nos resta confesar que existe en nuestra naturaleza una herida que es<br />

necesario curar, y cuya mancha nos hace culpables si no es lavada por el sacramento de la

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