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SAN AGUSTIN. OBRAS

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El traidor pereció con la soga; dejó la soga a los que son como aquél, refiriéndose al cual<br />

clamó el Señor Jesús al Padre: Padre, he guardado a todos los que me diste, y ninguno de<br />

ellos se perdió sino el hijo de la perdición, para que se cumpliese la Escritura 15 .<br />

Tiempo ha ya David había dictado esta sentencia contra el que había de entregar a Cristo<br />

a los infieles: Que otro ocupe su cargo; queden sus hijos huérfanos y viuda su mujer 16 . He<br />

aquí la grandeza del espíritu de los profetas: vio todas las cosas futuras como presentes, y<br />

así condenaba al traidor muchísimos siglos antes de nacer. Finalmente, para que se<br />

cumpliese dicha sentencia, recibió el santo Matías el puesto de este apóstol perdido. Por<br />

ello, que ningún necio, que ningún infiel entre en discusiones. Matías no causó injusticia<br />

alguna, sino que obtuvo un triunfo al lograr por la victoria de Cristo el Señor los despojos<br />

del traidor.<br />

Tras este hecho, ¿cómo puedes reivindicar el episcopado, heredero de un traidor todavía<br />

más malvado? Judas entregó a Cristo en su cuerpo; tú con un furor espiritual has<br />

entregado el Evangelio santo a las llamas sacrílegas. Judas entregó el legislador a los<br />

infieles; tú has entregado a los hombres para que destruyesen la ley de Dios, que era<br />

como sus restos. Si amaras la ley, como los jóvenes Macabeos, te dejarías matar por las<br />

leyes de Dios, si es que se puede llamar muerte de los hombres a la que los hizo<br />

inmortales al morir por el Señor. Efectivamente, uno de aquellos hermanos increpó al<br />

tirano sacrílego con este grito de fe: Tú, criminal e impío, nos privas de la vida presente,<br />

pero el Rey del mundo, que reina para siempre y cuyo reino no tendrá fin, a nosotros que<br />

morimos por sus leyes nos resucitará a una vida eterna 17 .<br />

Si entregaras a las llamas el testamento de un difunto, ¿no serías castigado como un<br />

falsario? ¿Qué será, pues, de ti, al haber quemado la ley santísima de Dios, tu Juez?<br />

Judas, al menos en la muerte, se arrepintió de su obra; tú no sólo no te arrepientes, sino<br />

que como el traditor más perverso has sido perseguidor y verdugo para nosotros, que<br />

observamos la Ley".<br />

18. Agustín: Mira la diferencia que hay entre vuestras voces maldicientes y nuestras<br />

verídicas afirmaciones. Atiende un poco. Has exagerado el crimen de la entrega, y con<br />

palabras rebosantes de animosidad, cual improvisador elocuente, nos has comparado con<br />

Judas el hijo de la perdición.<br />

Yo te respondo a eso con poquísimas palabras: "Yo no he hecho lo que dices; yo no he<br />

entregado los libros; acusas falsamente, jamás podrás demostrar eso". ¿No se disipará<br />

acaso de pronto toda esa humareda de desmedidas palabras? ¿O intentarás acaso<br />

demostrarlo? Deberías hacer esto primero; luego podrías lanzar el cúmulo de invectivas<br />

que te pluguiera contra nosotros como convictos. Claro, esto es una ilusión; vamos a ver<br />

otra.<br />

19. Tú mismo, al hablar de la anunciada condenación de Judas, dijiste: "He aquí la<br />

grandeza del espíritu de los profetas, que vio las cosas futuras como presentes, y por eso<br />

condenaba al traidor muchísimo antes de nacer". Y no viste que la misma profecía, con<br />

una verdad firme, cierta e inconcusa, que anunció que un discípulo había de entregar a<br />

Cristo, predijo también que el mundo entero había de creer en Cristo. ¿Por qué paraste la<br />

atención en la profecía del hombre que entregó a Cristo, y no la paraste sobre el orbe por<br />

el cual se entregó Cristo? ¿Quién entregó a Cristo? Judas. ¿A quién lo entregó? A los<br />

judíos. ¿Qué es lo que le hicieron los judíos? Dice: Han taladrado mis manos y mis pies, y<br />

han contado todos mis huesos. Ellos me miran y contemplan. Se han repartido mis<br />

vestidos, y han echado suertes sobre mi túnica 18 . Lee un poco después en el mismo salmo<br />

qué valor tiene lo que se compró a tal precio: Se acordarán y se convertirán al Señor<br />

todos los confines de la tierra, y se postrarán delante de él todas las familias de las<br />

gentes, porque del Señor es el reino y él dominará a las gentes 19 .<br />

¿Quién será capaz de mencionar el resto de innumerables documentos proféticos acerca<br />

del orbe que había de llegar a la fe? Tú ensalzas la profecía porque miras en ella al hombre<br />

que entregó a Cristo, pero no ves en ella la posesión que adquirió Cristo cuando fue<br />

vendido. Aquí tienes otra ilusión; escucha la tercera.<br />

20. Entre la multitud de tus invectivas dijiste: "Si entregaras a las llamas el testamento de<br />

un difunto, ‚no serías castigado como un falsario? ¿Qué será, pues, de ti, que quemaste la<br />

ley santísima del juez divino?" Al decir esto no tuviste en cuenta una observación

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